En un principio pensamos realizar este trayecto en tren-cama; pensamos que sería más cómodo dormir en posición totalmente horizontal. Cuando miramos el precio del tren, cambiamos de idea al momento. El hecho de costar casi el doble nos hizo pensar que dormir en un asiento ligeramente reclinado tampoco estaba tan mal. Lo que no sabíamos era lo qué nos esperaba en los autobuses.
Ya teníamos cierta experiencia a la hora de pasar largas horas metidos en un autobús. Sabíamos que se nos hincharían los tobillos, que nos dolería la espalda, y el cuello; que no podríamos leer porque aquí nunca funciona la bombillita individual que está sobre el asiento, al lado del aire acondicionado, que por cierto funciona exageradamente bien; sabíamos que tendríamos que recurrir a los discos de Coldplay para poder echar una cabezadita; lo que no sabíamos es que íbamos a tener que soportar una peste a meados desmesurada. Tan desmesurado era el olor que pasamos más de cuatro horas con las cabezas vendadas; Isabel con una camiseta de manga larga que en un principio estaba destinada a prevenir la pulmonía, y yo con el pareo que me acompaña en cada desplazamiento.
Al entrar, el autobús estaba bien, nada de malos olores; algo menos lujoso que los últimos que habíamos pillado, pero con diferencias escasas. Sin embargo, nos llamó la atención que el señor de la izquierda no se quitará la máscara de la nariz, de esas que usan en Bangkok para no respirar tanta contaminación. ¡Valiente canelo!, pensamos. ¿No se va a quitar la máscara en todo el viaje? ¡Valiente canelo, sí sí... pues no era listo el viejete!. Nada más salir se embadurnó de algo parecido al linimento Sloan, suponemos que para aplacar futuros olores. Y nosotros pensando :¡joder con el abuelete... cómo se acicala antes de quedarse dormido! ¡Me cago en todo! No os podéis imaginar las ganas que tenía de quitarle la máscara de la cara mientras yo sufría la incomodidad de mi vendaje facial parecido al que los embalsadores realizaban a los difuntos egipcios.
Tenemos varias teorías para explicar lo sucedido, ya que no es algo que ocurra con normalidad en los autobuses tailandeses. Primera, que todos y cada uno de los ocupantes del autobús que bajaron a echar una meadita nocturna pasaran de tirar de la cadena. Segunda, que aunque tiraran de la cadena, ésta no funcionaba. Y tercera, que los tres bebés que estaban sentados sobre el regazo de sus padres, tres filas por detrás de nosotros, llevaran los pañales completamente empapados en pis. Por cierto, era de admirar cómo los tres mochuelillos, el padre y la madre sólo ocupaban dos asientos. Hemos visto que la flexibilidad de los tailandeses es infinítamente superior a la de nosotros dos, pero tal ejemplo de ergonomía humana no lo habíamos visto antes. Al igual que ocurrió en comisaría, nos dio cierto reparo echarles la fotillo de rigor, y más sabiendo que en mitad de la noche el flash de la cámara les saltaría en toda la cara y quizá despertará a los zagales. No queremos imaginar cómo hubiera sido el trayecto si al insoportable hedor le hubiéramos sumado el desagradable llanto de tres niños.
Con las cabezas tapadas llegamos a Chiang Mai. Me despertó el señor de la izquierda con un par de toques leves de dedo en mi hombro. Al quitarme tan engorroso antifaz, lo primero que vi fue su cara de felicidad. Seguramente que pensaba algo así como: ¿ahora quién es el canelo, eh? Menuda cara de felicidad y sosiego tenía el astuto de él. Seguro que no se había enterado de nada relacionado con micciones. Desperté a Isa y nos bajamos del autobús. Recogimos nuestra mochila del suelo y fuimos al interior de la estación.
No queríamos quedarnos en Chiang Mai, ya que es una ciudad grande, al estilo de Bangkok, y necesitábamos algo más tranquilo. La vida de viajero parece sencilla, no os diré que no lo sea, pero ir de megaciudad en megaciudad es algo estresante. Nos apetecía un pueblico.
Eran las cinco de la madrugada y no teníamos ni idea a qué pueblo íbamos a ir. Isa se había pasado toda la tarde anterior ideando un superplán turístico por la región norte de Tailandia, lo malo es que no había apuntado nada, y en ese momento, tras una noche tan dura, no era capaz de recordar el nombre del pueblo en el que comenzaríamos tal superviaje.
Así que allí se quedó, preguntando en todos los mostradores por pueblos inexistentes; obteniendo por respuesta caras de 'pero-qué-me-estás-contando-bonita-que-son-las-cinco-de-la-mañana'.
- Pues a ver si va ser Chiang Roi...
- ¡Creo que era Chiang Doi!
- ¡No, no, no... Chiang Loi!
- ¿O era Chiang Toi?...
(Esta conversación la mantenía ella solita. La única voz que se oía en la estación era la suya. Quizá se escuchó algún 'y yo qué coño sé' por mi parte).
Veinte minutos estuvo intentando recordar el nombre del pueblo. No es que le llegara a la mente de repente, no, es que se fue a por una guiri y le cogió la guía de viajes para mirarlo. Esta vez sí tuvo éxito, el nombre del pueblo era Chiang Dao. La verdad es que es bastante difícil quedarse con la nomenclatura rural thai.
Nos enteramos de que teníamos que ir a otra estación para ir a tal pueblo, así que nos montamos en un taxi colectivo y nos pusimos en camino. Media hora después ya estábamos montados en un autobús comarcal con destino a Chiang Dao.
Amanecía. Nos caíamos del sueño que teníamos, y para nuestra desgracia el autobús rural en el que viajábamos no tenía asientos individuales, eran asientos alargados para dos o tres personas (parecido al autobús que conduce Otto para llevar a los chavales de Springfield al cole en los Simpsons). Como nos montamos los últimos, tuvimos que ir en asientos separados. A mi me tocó ir junto a una chavalilla tailandesa que tenía pinta de ir al trabajo y a Isa junto a un señor que ya estaba sobado cuando entramos. Menos mal que el señor debía de estar en el séptimo sueño, porque los cabezazos que le pegó Isa en su hombro derecho durante el curveado trayecto seguro que le dejaron marca.
Desperté a Isa cuando llegamos al pueblo, nos bajamos del autobús, echamos un vistazo alrededor y recogimos las mochilas del suelo. Mientras yo canturreaba una melodía muy básica, a modo Charlie Bocatas, y que decía algo tan sencillo como: 'me llama la naturaleza, me llama la naturaleza', me di cuenta de que nos faltaba la bolsa en la que llevábamos todo lo importante (la pasta, las tarjetas de crédito y los pasaportes). Nos la habíamos dejado en el último autobús.
- ¡Joder, la bolsa azul! ¡Vaya cagada, nos la hemos dejado en el autobús!, le dije a Isa con cierto tono de nerviosismo.
En un ataque de actividad repentina, provocado quizá por el reciente despertar, Isabel no lo dudó un instante y echó a correr por donde se había marchado el autobús.
- ¿Pero dónde cojones vas?, le grité.
- ¡A por el autobús, a por el autobús!, me contestó fuera de sí.
- ¡Ni que fueras Forrest Gump, no te jode! Anda, anda, ve y coméntale al taxista aquel lo que nos ha pasado, gacela.
Mientras ella corría a por el taxista, que por cierto ya le hacía gestos de “100 bahts, 100 bahts” antes de preguntarle, yo le pregunté a un hombre que había junto a una moto si me la dejaba, le dije que acababa de dejarme una bolsa importante en el autobús y que tenía que recuperarla sí o sí. Menos mal que el señor hablaba inglés y me entendió a la perfección. Llamó a una mujer, que era la dueña de la moto y que estaba en la tienda de al lado. Yo llamé a Isa para que dejara de negociar con el cerdotaxista y viniera cagando leches. La mujer arrancó la moto y le dijo a Isa, que llegaba corriendo como una loca, que se montará detrás.
A los diez minutos aparecieron de nuevo con la valorada bolsa azul en la espalda de Isabel. Les preguntamos si podíamos darles algo de dinero por el favor realizado y nos dijeron que “no, no, no pay... welcome to Thailand”.
Menos mal que queda gente honrada en el mundo.
PD: ¿Todos los taxistas del mundo son igual de peseteros?
2 comentarios:
César, la escena de la estación de autobuses es para morirse de risa. Me parto el culo con tus blogs. muchos besos y abrazos pa ti y pa Forest Gump. xxnaba
Jaja Sezar, me parto el ojete ":
¿Pero dónde cojones vas?, le grité
Gandules!
Lo que si podrias hacer es colgar mas fotos de los pueblecitos cuando escribas.
Un besaco a los dos.
Gandules!
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