sábado, 16 de abril de 2011

Recapitulando...

En estos momentos escribo esta entrada desde una acogedora pensión de Rangún en Birmania (o como se diría en la actualidad, y debido a la imposición militar, en Yangón (Myanmar)).

La música tecno anticuada me retumba en los oídos. Todavía siguen celebrando el año nuevo, que no sólo se celebra en Tailandia, sino en todos los países del Sudeste Asiático. Cada uno lo llama a su manera: el año nuevo thai, el año nuevo khmer, el año nuevo burmés, y otros nombres sinónimos. Yo he de admitir que ya estoy un poco cansado de tanta agua. Los primeros días disfruté como un niño. Ahora, y tras cuatro días seguidos de chapuzones, estoy saturado. ¿Os imagináis un año nuevo a la española durante cinco días seguidos?... Los hospitales estarían a reventar, se agotaría la vacuna B-12, y el ron, y el whiskey, los niños estarían hartos de echarse partidas de cartas con los abuelos, y los jefes se morirían de rabia al tener que dar cinco días seguidos de fiesta a sus empleados.

La última semana ha sido una fiesta continua. Desde que dejamos el bucólico Chiang Dao, no hemos parado de festejar. Por cierto, en Chiang Dao encontramos una paz y una relajación que no habíamos encontrado hasta el momento. Se trata de un pueblo muy pequeñín, rodeado de montañas  y donde los turistas se cuentan con los dedos de una mano. Por fin conseguimos vivir una estancia puramente thai. 

Nos establecimos en un bungalow enorme y excelentemente acondicionado. Quizá haya sido el lugar más cómodo en el que hemos estado. Todo era perfecto: la cama grandísima, el baño limpio y bien montado, e incluso tenía televisión -cuando la encendíamos sólo podíamos ver Russia Today (programa a lo BBC News... pura propaganda antiyanki)-.

Los dueños eran geniales: una pareja de tailandeses, ya entrada en años, que se esmeraban muchísimo en hacer de nuestra estancia algo perfecto. El marido cocinaba de lujo, la mujer nos daba fruticas recién cogidas de los árboles frutales de su huerto. Los platos eran el doble de caros que en el pueblo, así que no comimos todos los días con ellos, pero el sabor y la atención merecían la pena.

Nos movíamos por el pueblo y sus alrededores en unas bicicletas que alquilamos en el mismo bungalow. Estaban preparadísimas para la acción y sólo nos costaron unos 10€ por tres días. El pueblo en sí era lo que llevábamos buscando mucho tiempo: un lugar donde no se vieran muchos turistas, donde la mayoría de los carteles estuvieran escritos en thai y donde tuviéramos dificultades para comunicarnos con los lugareños.

Los alrededores eran espectaculares. Una montaña gigante, visible desde cualquier punto, servía de referencia para no perderse cuando nos adentrábamos con nuestras bicis por la campiña. Cantidad de flores de todos los tamaños y colores. Pájaros canturreando por doquier. Y sobre todo mucha gente levantando el pulgar con una sonrisa de oreja a oreja al cruzarse con nosotros. Éstos sabían poco más que 'hello'... por fin gente que no hablaba el rudimentario inglés al que nos acostumbraron las gentes del centro y del sur.

Nos pegamos unas buenas palizas deportivas. Aparte de la bicicleta, también hicimos una caminata durísima por la montaña, donde el calor y la pendiente nos lo pusieron difícil,  además de unos largos en una piscina bastante decente.  Todo esto en cuatro días, antes de tomar un autobús dirección sur con final en Chiang Mai (la ciudad más grande de la región norte de Tailandia).

Llegamos a Chiang Mai y ya estaba convertido en un gigante parque acuático. Toda la gente, de todas las edades, armada con cubos y pistolas o metralletas de agua. Todos intentando empapar a cualquiera que se cruzara por su camino.  Y todos deseando un feliz año. Era increíble ver la felicidad de los niños jugueteando con los turistas. A nosotros se nos unió una niña lindísima. Al principio nos utilizo. Sólo quería que le rellenáramos el vasito de agua que utilizaba para mojar al personal. Luego nos cogió cariño y no se paraba de reír con nuestras tonterías.

El segundo día amaneció nublado y nos demoramos un poco en llegar a la zona de batalla. Al llegar vimos que la niña, que se llamaba Neek, miraba alrededor en busca de algo. Según nos dijo su madre no había jugado en toda la mañana. Nos había estado esperando. Cuando nos vio llegar le cambió la cara de pena y se fue corriendo a abrazar a Isa. Nerviosísima cogió la nueva pistola que le había regalado una turista a última hora del día anterior y fuimos a buscar un lugar idóneo para el festival.

Nos tiramos todo el día empapados. No hacía mucho calor. Estaba nublado. Quizá ese día me esté pasando factura en este momento. Noto que mi garganta está algo tomada y tengo los ganglios levemente inflamados.

El día siguiente teníamos que intentar salir de una ciudad en plena guerra acuática. Teníamos una misión difícil. Llegar a la estación de autobuses, cruzando Chiang Mai de centro a norte, no iba a ser fácil sin recibir algún manguerazo, cubazo o disparo. Nos pusimos nuestra ropa de camuflaje (chanclas, bañador y camiseta), cubrimos nuestras mochilas y el ukelele con los chubasqueros e intentamos pasar desapercibidos por los estrechos callejones.

Nos montamos en uno de los taxis colectivos, que desgraciadamente están abiertos en su parte posterior. Por nuestra experiencia bélica sabíamos que estos taxis eran una de las presas favoritas de lugareños y turistas, así que no nos quedaba otra que intentar que no se nos viera desde fuera. Yo me senté en el suelo, con mi mochilón delante mía a modo de barricada. Isa se medio tumbó en el asiento y también hizo muralla con su mochila.

Sufrimos algunos ataques, pero ninguno mortal. Conseguimos llegar a la estación en 25 minutos y relativamente secos. Nuestras mochilas, cubiertas por el chubasquero, estaban algo más mojadas. Ya en la estación nos quitamos la ropa de camuflaje y nos congratulamos de dejar una ciudad en guerra. Lo que no sabíamos es que la ciudad a la que íbamos (Rangún) iba a estar igual, o peor.

Eran las 14.00 cuando salimos de Chiang Mai. Eran las 24.00 cuando llegamos a Bangkok. Eran las 2.00 cuando llegamos al aeropuerto. Eran las 7.00 cuando cogimos el avión. Estábamos reventados cuando llegamos a Birmania.

Como es costumbre, no habíamos reservado ningún sitio para dormir. Llegar a pelo a las ciudades nos gusta mucho porque nos da la posibilidad de regatear el precio de la noche.

Cuando salimos de la terminal del diminuto aeropuerto de Rangún, vimos a un chico con cartel que tenía escrito lo siguiente: MOTHERLAND INN 2 - MISS SMITH, nos fuimos a por él ipso facto.

-    Hola- dijo Isa-,  no soy Miss Smith, pero busco una habitación doble para dormir esta noche.
-    Oh sorry, we are full because of the water festival-, le contestó el chavilito.
  
Tras el primer intento fallido fuimos al punto de información donde nos dijeron que el taxi al centro nos valdría 10 dólares americanos, el doble de lo normal, debido también al festival acuático, y que un hostal normalillo nos costaría entre 18 y 20 dólares americanos. Bastante más caro de los que pensábamos gastarnos.

Salimos fuera y le dijimos a todos los taxistas que de momento no queríamos ir a ningún lado. Teníamos que pensar qué hacer. Nos sentamos en el suelo a hacerlo y nos empezamos a dar cuenta de que aquí, en Birmania, los hombres no usan pantalones; usan una especie de pareo que se enrollan a la cintura y que tiene pinta de falda entalladita. También nos dimos cuenta de que los pocos coches que pasaban estaban en condición bastante decadente.

Nos entró la risa floja y nos volvimos a poner en acción en busca de una morada en la que dormir. Isa volvió dentro de la terminal para preguntarle al chico que le había dicho que su hostal estaba lleno por si conocía otra pensioncilla de mala muerte. Como casi siempre, la suerte nos acompaño. El chico le dijo que esa tal Miss Smith que estaba esperando no se había presentando, por lo que podríamos usar su habitación, que afortunadamente era una con cama doble. Nos costaría 16 dólares, incluyendo el trayecto del aeropuerto al hostal y el desayuno.

El trayecto lo hicimos en un autobús en condiciones deplorables. Se caía a trozos. Lo bueno es que nada más montarnos en él, uno de los trabajadores del hostal nos dio unas botellas de agua no potable. No eran para beber. Eran munición de guerra. Nos dijo que si no queríamos mojarnos, debíamos cerrar las ventanas. De nuevo teníamos que atravesar una ciudad agitada por el agua, pero en este caso sí teníamos ganas de mojarnos. Yo me quite los vaqueros en el autobús, me puse otra vez el traje de camuflaje y dimos por inaugurado el festival acuático birmano entre risas y música tecno.

Tardamos en llegar una hora. Desayunamos por la patilla y salimos a la calle a empaparnos. Cuarto día de guerra.

Aquí, a diferencia que en Tailandia, los niños no son tan inocentes. Dan la impresión de ser maleducados. Tiran agua con mala hostia. Intentan hacer daño. Utilizan unos vasitos chiquititos y te tiran el agua muy fuerte a los ojos, a los oídos, a la cara o al piernas con la intención de joder. No tardamos en seguir el ejemplo y cuando se dieron cuenta de que nosotros también sabíamos hacer daño, nos dejaron tranquilos y nos consideraron parte de su equipo.

Así pasamos todo el día. Ya por la tarde fuimos a comprar los billetes de autobús hacia Mandalay, ciudad situada algo más al norte. En nuestro paseo a la estación de tren, y en nuestro camino de vuelta, con perdida de orientación incluida, pudimos comprobar lo mal conservada que está Rangún.

La pobreza se palpa en cada esquina. Aquí no se ve la modernidad y limpieza de Tailandia. Los edificios, tanto por dentro como por fuera, están fatal. Los vendedores ambulantes venden alimentos muy básicos y con bastante mal aspecto. Los pocos coches y motos que se ven están llenos de remiendos (mucho peor que el Falcon).  Abundan los ricksaws, bicitaxis movidas por abueletes de extrema delgadez, y cosa curiosa, al verte te hacen sentir como una estrella. Es como si nunca hubieran visto a un turista. Los coches se paran para darte la mano y darte las gracias por visitar el país. Todo el mundo quiere agradecerte la visita. Todos quieren expresarte una alegría que es difícil explicar de dónde la sacan. La mayoría dicen lo mismo: you happy in Burma? You beautiful!, I love you! O Good luck!

Nuestro viaje por Birmania acaba de empezar. Nos quedan 14 días más por aquí. Ya os contaremos qué tal nos va todo. Por cierto, las conexiones a internet escasean y llamar por teléfono cuesta más de cinco dólares el minuto. Así que no os preocupéis si no mantenemos un contacto tan fluido como hasta la fecha.

Os queremos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuánto hemos de aprender de esta gente Pacheco e Isa.

Al igual que la lectura,en la ruta el viajero adquiere un conocimiento más allá de la especulación y el chismorreo.

Hacéis muy bien en escribir estos post, al menos yo aprendo cosicas nuevas.

Lo que si echo en falta es el aporte gráfico.

No tengo claro si está prohibido o es que sois unos putos vagos, perdón, gandules, y no os apetece sacer un par de foticos mu ricas para el deleite de los lectores.

Bueno, me alegro que mu ricamente disfrutéis del viaje y os espero en el próximo post.

Muchos besos a los dos ...

GANDUUUUUUUUUULES!!!!!!!!!!!!!

Alex El Zurdo dijo...

Vuestro zurdo os para la próxima os va a preparar una garrafa de valtorres con dispensador de chorro jajaja! que arte leeros, os quiero mucho !!! MUUUUUAKAAA!