domingo, 13 de noviembre de 2011

Nefastus Day Before India

Kuala Lumpur. 19:23.

Toca decir adiós. Toca despedirse del Sudeste Asiático, dejar atrás ocho meses de mudanza continua. Es la hora de empezar a alejarse de los platos tailandeses, de los corazones camboyanos, de las batallas vietnamitas, del arroz pegajoso de Laos, de la comodidad malaya, de las islas indonesias y del buceo filipino. En menos de 24 horas estaremos en la India y un esperanzador horizonte se dibuja ante nosotros. Nos morimos de ganas de empezar esta segunda aventura. Sentimos que el viaje empieza otra vez, que acabamos de salir de casa y que tenemos la mochila de nuevo cargada hasta los topes de ilusión.

Los últimos días en Kuala Lumpur vienen precedidos de nuestro 'nefastus día' particular. Llegar aquí fue una odisea, un cúmulo de mala suerte debida a una relajación excesiva, fue un día de gastos propiciados por nuestros propios despistes, fue un día largo, muy largo, más de 20 horas despiertos de putada en putada. Empezamos a las seis de la mañana, cuando el sol se intuía pero aún no aparecía. Volábamos a las 11 de la mañana y quién nos iba a decir a nosotros que despertarnos a las seis de la mañana no sería sufieciente. A pesar de las cinco horas que habíamos destinado para prepararnos, desayunar y llegar al aropuerto, el transporte terrestre en Manila te depara muchas sorpresas. Ya montados en el autobús, después de haber cogido un taxi que parecía no salir de un atasco cuando ya estaba dentro de otro, nos dimos cuenta de que no tendríamos tiempo para llegar al aeropuerto. Nos habían malinformado del tiempo que se tardaba en llegar, así que tuvimos que bajarnos del bus y agarrar un taxi que nos llevara más rápido y que nos clavara más de lo que habíamos pagado por los billetes de avión. No eran tres horas, sino cinco, por lo que aun volando con el taxi, perdimos el vuelo, perdimos la mañana, perdimos una pastaza en los nuevos billetes, perdimos la tarde en ir al otro aeropuerto de Manila y perdimos los nervios viendo como el nuevo vuelo no paraba de retrasarse. Todo por confiar ciegamente en los consejos de la segura recepcionista de nuestra pensión y por no comprobar como capullos la veracidad de sus sentencias. Al final llegamos a Kuala Lumpur a las tres y media de la mañana, con la cartera destrozada tanto como nuestros espíritus. Lo mejor que podíamos hacer era dormir, y así hicimos, y así hemos hecho hasta el día de hoy. Inactividad total. Despertarse, bajar a desayunar, dormir, bajar a comer, dormir, cenar, dormir, alguna que otra carrera aislada por el parque y poco más.

Mañana volamos a las 11:00. Esperamos que esta vez todo salga bien y podamos estar en Mumbai a las 14:00, que podamos empezar a descubrir todas las maravillas indias de las que todo el mundo habla. Dejamos atrás ocho meses inolvidables. Nuestras mochilas pesan mucho menos, pero nuestras experiencias y vivencias pesan una barbaridad. Esperemos seguir perdiendo peso material y ganándolo espiritualmente.


El Gepe Ese del Sudeste Asiático ya no cambiará más, así se queda. Ahora le toca el turno al Gepe Ese Indio.
 

Os queremos. 



domingo, 6 de noviembre de 2011

Pesadilla en Malapascua

Hace algunos días leímos en un periódico español que la mujer del bigotitos, de José Mari, del MEJOR presidente que ha tenido España en su historia, del que más abdominales y pelazo tiene, se iba a convertir en próxima y primera ALCALDESA  de Madrid... ¡casi nada! Desde ese día han sido muchas las pesadillas que nos han sorprendido noche tras noche. Brujas, fantasmas, piratas, botines de oro, antiguas reliquias, crucifijos, fórmulas, pócimas, sufrimiento y maldad estaban continuamente fastidiándonos la noche. De tal intensidad eran las pesadillas que poco a poco nos forzamos a no dormir, teníamos auténtico pánico a la oscuridad, a vernos atrapados en bosques oscuros y ciudades negras, poco a poco nos convertimos en sonámbulos y empezamos a dormitar durante el día, en parques, en playas, en montañas. Intentábamos cambiar de lugar continuamente para dejar atrás la pesadilla, para que no nos persiguiera más... aun así, ELLA seguía manifestándose. La última vez  se presentó con una fuerza brutal mientras dormíamos en la playa de Malapascua (Filipinas), Ana se personó de nuevo, vestida de bruja, muy bien peinada, con su bigotitos en el hombro y su cesta de fruta bajo el brazo. Pensamos que quizá contándoos la pesadilla, nunca más se vuelva a repetir.

Un miedoso beso desde Manila... ojalá esta noche durmamos tranquilos.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Backpacking in Malapascua... tirando de comida casera

Nos marchamos de la histórica ciudad de Cebú en un histórico autobús de la primera mitad del siglo XX. Asientos de plástico, colocados en dos filas de a tres, sin reposacabezas, sin espacio para piernas occidentales, propicio para provocar tortícolis. Salimos dirección norte, dirección a Maya, pueblo desde donde nos embarcaríamos a la diminuta isla de Malapascua. En el camino tuvimos sol, nubes, lluvia y una fuerte tormenta; comimos cacahuetes cocidos, pinchitos de cerdo y arroz blanco; vimos fugazmente la vida en los pueblos, escuchamos los karaokes desaparecer en cada esquina; comprobamos lo mucho que caló aquí el catolicismo, todos los cementerios estaban llenos de flores y personas celebrando el día de todos los santos.


Cuando llegamos a Maya, y tras coger fuerzas a base de bollería, nos embarcamos hacia Malapascua. Desde la lejanía la isla parece una gota verde en el horizonte. Chiquitita y colocada sobre la superficie del mar te recibe con una playa de blanca arena coralina. Buscamos un sitio acorde a nuestro presupuesto y nos pimplamos alguna que otra birrita para celebrar los cinco días venideros de relajación total en la que será nuestra última isla, nuestras últimas playas, nuestros últimos pescados a la parrilla antes de volar a Manila y a Kuala Lumpur, megaciudades en las que la tranquilidad está ausente.


La isla está empezando a convertirse en algo parecido a Boracay, busca afianzarse como exponente de un turismo caro, de restaurantes horteras frente a la playa, con farolitos tenues, pescados expuestos en bandejas de plata frente a terrazas que pretenden ofrecer algo de intimidad presentadas por camareros ultrasimpáticos y de uniforme que te incitan al consumo de comida y bebida a un precio desmesurado. Por suerte a la isla todavía le quedan lugares auténticos en su interior, lugares donde los cerdos campan a sus anchas rodeados de gallos y gallinas, donde los niños no paran de rascarse las cabezas y donde la gente va al pozo a buscar algo de agua dulce, sitios de comida caseros, sitios en los que no hay menú, en los que para pedir simplemente tienes que levantar la tapa de cada una de las cacerolas cerradas puestas sobre una polvorienta mesa de madera y decir 'ponme un plato de esto, uno de eso y otro de aquello, y un par de cervezas frías, por favor'. La comida en estos sitios te teletransporta a la cocina de tu casa. Sabor casero, igual que tener a mamá en Filipinas, y por un precio justo. Hemos estado cuatro días gozando con los platos de Maristela y las barbacoas frente a la tienda de Josefina; carne a la parrilla, sopas de coco y verdura, calderetas de carne con patatas, judías verdes con ajito, pescado seco, frito o cocido al limón, guisado de cerdo... Una maravilla para el paladar, la mejor comida que hemos encontrado en nuestros 15 días por estos lares.



También hemos gozado con el buceo que hay alrededor de la isla rodeados de diminutos y psicodélicas criaturas. Tres inmersiones a precio del siglo XX en busca de diminutos seres de aspecto surrealista, imágenes propicias para una Dalí, animales casi transparentes que bailan al compás de la corriente, gambas enanas de alargadas antenas, peces mandarinos (con su precioso y colorido baile nocturno), cangrejos de todos los tamaños y colores, nudibranchis, peces escorpión, gusanos, serpientes... En esta isla no ves pecezotes gigantes (a no ser que pruebes suerte con el threaser shark), pero el buceo es de una calidad brutal, cien por cien recomendable.


Hoy abandonamos Malapascua, sabiendo que sigue siendo un paraíso mochilero, y listos para volver a pasar una noche de aeropuerto. Esta vez le toca al aeropuerto de Cebú. Mañana cogeremos un vuelo a la 4:55 de la mañana con dirección a Manila. Allí teníamos pensado estar tres noches, pero como no hemos parado de escuchar opiniones negativas de la ciudad, quizá optemos por pasar un día y buscar un sitio alternativo para las otras dos noches que nos quedan antes de volver a Malasia... ya se verá qué ocurre.


¡A gandulear!