sábado, 5 de noviembre de 2011

Backpacking in Malapascua... tirando de comida casera

Nos marchamos de la histórica ciudad de Cebú en un histórico autobús de la primera mitad del siglo XX. Asientos de plástico, colocados en dos filas de a tres, sin reposacabezas, sin espacio para piernas occidentales, propicio para provocar tortícolis. Salimos dirección norte, dirección a Maya, pueblo desde donde nos embarcaríamos a la diminuta isla de Malapascua. En el camino tuvimos sol, nubes, lluvia y una fuerte tormenta; comimos cacahuetes cocidos, pinchitos de cerdo y arroz blanco; vimos fugazmente la vida en los pueblos, escuchamos los karaokes desaparecer en cada esquina; comprobamos lo mucho que caló aquí el catolicismo, todos los cementerios estaban llenos de flores y personas celebrando el día de todos los santos.


Cuando llegamos a Maya, y tras coger fuerzas a base de bollería, nos embarcamos hacia Malapascua. Desde la lejanía la isla parece una gota verde en el horizonte. Chiquitita y colocada sobre la superficie del mar te recibe con una playa de blanca arena coralina. Buscamos un sitio acorde a nuestro presupuesto y nos pimplamos alguna que otra birrita para celebrar los cinco días venideros de relajación total en la que será nuestra última isla, nuestras últimas playas, nuestros últimos pescados a la parrilla antes de volar a Manila y a Kuala Lumpur, megaciudades en las que la tranquilidad está ausente.


La isla está empezando a convertirse en algo parecido a Boracay, busca afianzarse como exponente de un turismo caro, de restaurantes horteras frente a la playa, con farolitos tenues, pescados expuestos en bandejas de plata frente a terrazas que pretenden ofrecer algo de intimidad presentadas por camareros ultrasimpáticos y de uniforme que te incitan al consumo de comida y bebida a un precio desmesurado. Por suerte a la isla todavía le quedan lugares auténticos en su interior, lugares donde los cerdos campan a sus anchas rodeados de gallos y gallinas, donde los niños no paran de rascarse las cabezas y donde la gente va al pozo a buscar algo de agua dulce, sitios de comida caseros, sitios en los que no hay menú, en los que para pedir simplemente tienes que levantar la tapa de cada una de las cacerolas cerradas puestas sobre una polvorienta mesa de madera y decir 'ponme un plato de esto, uno de eso y otro de aquello, y un par de cervezas frías, por favor'. La comida en estos sitios te teletransporta a la cocina de tu casa. Sabor casero, igual que tener a mamá en Filipinas, y por un precio justo. Hemos estado cuatro días gozando con los platos de Maristela y las barbacoas frente a la tienda de Josefina; carne a la parrilla, sopas de coco y verdura, calderetas de carne con patatas, judías verdes con ajito, pescado seco, frito o cocido al limón, guisado de cerdo... Una maravilla para el paladar, la mejor comida que hemos encontrado en nuestros 15 días por estos lares.



También hemos gozado con el buceo que hay alrededor de la isla rodeados de diminutos y psicodélicas criaturas. Tres inmersiones a precio del siglo XX en busca de diminutos seres de aspecto surrealista, imágenes propicias para una Dalí, animales casi transparentes que bailan al compás de la corriente, gambas enanas de alargadas antenas, peces mandarinos (con su precioso y colorido baile nocturno), cangrejos de todos los tamaños y colores, nudibranchis, peces escorpión, gusanos, serpientes... En esta isla no ves pecezotes gigantes (a no ser que pruebes suerte con el threaser shark), pero el buceo es de una calidad brutal, cien por cien recomendable.


Hoy abandonamos Malapascua, sabiendo que sigue siendo un paraíso mochilero, y listos para volver a pasar una noche de aeropuerto. Esta vez le toca al aeropuerto de Cebú. Mañana cogeremos un vuelo a la 4:55 de la mañana con dirección a Manila. Allí teníamos pensado estar tres noches, pero como no hemos parado de escuchar opiniones negativas de la ciudad, quizá optemos por pasar un día y buscar un sitio alternativo para las otras dos noches que nos quedan antes de volver a Malasia... ya se verá qué ocurre.


¡A gandulear!



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