lunes, 31 de octubre de 2011

Filipinas tenía mis kilos... Puerto Galera, Boracay, Iloilo, Bohol y Cebú

Había perdido siete kilos. Quizá no me pertenecían y por eso no daba con ellos. Quizá los cogiera en Málaga, sin necesidad, a base de birras, cubatas, camperos y Pizza Calvo. Quizá ya era hora de dejármelos en la cuneta. Quizá no. Se fueron sin avisar en mi vagar por Tailandia, Birmania, Camboya, Vietnam, Laos, Malasia e Indonesia. Demasiado arroz y noodles con verduras, demasiados meses sin cervezas, demasiados meses sin monchis, DEMASIADOS MESES SIN PAN, alguna que otra cagalera. 


 
Este pasado reciente no importa porque ya los he encontrado: los kilos desaparecidos estaban dulcemente escondidos con Tercios de San Miguel y Pinchitos Adobados. Gracias a estos dos personajes no he necesitado ni diez días para recuperar la mitad de los kilos evaporados en siete meses y medio de viaje. La llegada a Manila, sus cervezas en el autobús del aeropuerto, la panceta a la parrilla de Puerto Galera, la exquisita bollería por doquier, la comida rápida de Iloilo, los desayunos con chocolate, las meriendas de los campeones a base de birra y cacahuetes, los cubalibres de Bohol... bendita recuperación.

Desde que salimos de Malasia y llegamos a Filipinas nuestro viaje se ha tornado en familiar, se ha convertido en algo parecido a estar todo el día con las zapatillas de estar por casa. Es como andar perezosamente del salón a la cocina, como ir del baño a la habitación, como ir a la nevera y saber que te está esperando lo que te gusta, como ir al cuarto de estar y tener a tu disposición lo que te apetece, como encender la tele y ver en las noticias lo mal que van las bolsas y lo bien que van los bancos... todo es cercano: la gente, las caras, los nombres y apellidos, los ojos, los pasteles, la priva, los rótulos en las tiendas, los números, la carnaza... y además tienes las mejores playas de todo el sudeste asiático.

Nuestro destino tras Puerto Galera fue Boracay, sin duda alguna la isla con la costas más espectaculares que hemos visto en estos siete meses y medio de ocioso deambular. No hemos estado en playa tailandesa que las supere, ni malaya, ni indonesia, ni vietnamita, puede que haya playas tan preciosas en Flores o en Palawan, pero por desgracia no hemos podido llegar hasta allí para contrastar bellezas. Las playas de Boracay simplemente te quitan la respiración nada más verlas. Piensas que tu cerebro te miente, que ese azul turquesa de la White Beach debe ser un montaje, que el agua es de mentira, que rellenan la playa a base de agua mineral y pan de molde rallado. No ha habido ni una sola olimpiada en la que tengan una piscina con un agua tan clara y transparente como la de esta playa. Cierto es que es muy turística y hay domingueros por todas las palmeras, ocupando todas y cada una de las sombras de paja de los restaurantes, cierto es que ya está todo lo explotada que podía estar, que hay veleros, y paracaídas con esquiadores acuáticos a la vista, pero hasta en este caso, sigue siendo la playa que más nos ha gustado de todo el sudeste asiático. Personalmente sólo había estado en un lugar en el que las playas tuvieran tanta grandeza: Los Roques, en Venezuela.

Dejamos Boracay y nos fuimos a Iloilo. Un viaje con vistas magníficas a base de jeepneys, autobuses y furgonetas. Buscábamos pasado español, arquitectura colonial, historia, raíces... mejor dicho, buscábamos pillarnos la castaña en algún lugar parecido a Málaga, en un lugar que al caer la noche se alumbrase parcamente con tenues tonos pastel, con arcos de medio punto y galerías del siglo XVII, con estatuas de héroes libertadores, con plazas con limoneros y especialmente con olor a adobo, a pescaito y a carne a la parrilla. Por desgracia encontramos una habitación con olor a humedad, una pelea de boxeo que le dio el campeonato mundial de los pesos Walter a un famoso filipino del que no teníamos ni idea de su existencia, una marea roja, un tráfico intenso y una derrota de la Real en el último minuto. 
 
A la noche siguiente nos embarcamos en un ferry dirección Cebú, primera ciudad que ocuparon los españoles que adoraban la cruz y el rosario. Fueron doce horas de duermevela en una litera con colchón de plástico dedicadas a la lectura y a la escucha indeseada de pop aniñado procedente de todos y cada uno de los teléfonos móviles que teníamos a nuestro alrededor. No había mano sin móvil, ni móvil sin mano. ¡Cuánto daño hacen al mundo los teléfonos que se hacen pasar por teléfonos pero que en realidad son walkmans o receptores de facebook! (Por favor, que hagan algo para acabar con el intrusismo carnavalero en la telefonía móvil... que vuelvan las llamadas y los mensajes, y que se dejen de complicaciones horteras e inútiles, ¿o acaso no existen las cámaras de fotos, los mp3 y las PSP?).


Desde Cebú fuimos directos, con un arroz blanco con atún enlatado de desayuno, a Bohol, otra pequeña isla al sur que nos sorprendió por sus frondosos paisajes, sus montañas de lomas redondeadas (Chocolate Hills) y sus rones con coca cola en Alona Beach. 
 
Ahora mismo estamos de vuelta en la isla de Cebú, exactamente en la capital, Cebú City, hemos aprovechado para visitar todas las calles históricas (en las que queda poca cosa), las estatuas de salvadores, las iglesias del XVI, los homenajes, la placa centenaria del Juancar y la Sofi atestiguando que "ya está todo solucionado y aquí no ha pasado nada... colegas para siempre", en definitiva, para llevarnos esa esencia española que no habíamos presenciado aún.

En uno o dos días iremos a nuestro último destino en las Filipinas: la isla de Malapascua.

PD: Definitivamente Filipinas se siente perdida en el mapa, le tocó el sudeste asiático y no sabe muy bien qué hacer o qué decir. Por su naturaleza y filosofía debería rondar bien el Caribe o bien en el Sur de Europa.

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