Kuala Lumpur es una ciudad perfecta para este tipo de transiciones: comida india rica y barata, alojamiento placentero, con wi-fi y con gente ya conocida, y parques cerca hacen de la capital malaya un buen sitio para coger fuerzas. Aun así, diez días allí eran demasiados, así que tras tres días recuperando todas las duchas de agua caliente que nos faltaron en Indonesia y todas las horas de sueño que nos habíamos dejado de autobús en autobús, nos volvimos a echar la mochila al hombro, nos cogimos la sombrilla y la nevera, las chancletas y las paletas de arena y nos fuimos a Pulau Pangkor, una isla a medio día de viaje donde hemos pasado la última semana de nuestra aventura.
Aventuras “aventuras” no hemos tenido muchas. Nuestros días se han acoplado bastante bien a los estándares vacacionales de un dominguero en la Costa del Sol: despertarse a eso de las once, desayunar tarde y bien, bajarse un rato a la playa, comer tarde, echarse una siesta, algún paseo que otro, un partidillo de ping-pong, un par de películas en el ordenador y poco más. Sólo nos han faltado el tinto de verano, las aceitunas, el pescaito frito y los cubatazas de después de cenar... ¡casi nada! El único momento de sobresalto fue un leve ataque de una familia de macacos que pensaban que dentro de una bolsa de plástico negra que estaba junto a nuestra toalla playera habría algo de comida. Para su desilusión ya sólo quedaban las cáscaras de las pipas de una bolsa que precavida y disimuladamente me había guardado en el bolsillo del bañador al ver tanto mono alrededor. Uno de ellos hasta me enseñó los dientes desafiando mi autoridad.
Palau Pangkor es una isla tranquilísima entre semana y levemente ajetreada los fines de semana. Turistas principalmente malayos se acercan a remojarse el culo y a dejarse infinidad de botellas de plástico, de envases desechables de comida rápida y bolsas de todos los tamaños y colores abandonadas en la arena de la playa. El jueves, cuando llegamos, la playa principal de Teluk Nipah estaba limpia como una patena, estaba perfecta: arena blanca, transparente agua verdosa, otra isla de menor tamaño al frente, pececitos quita-pieles-muertas mordisqueándote todo el cuerpo y todo tipo de riquezas que una playa cinco estrellas puede tener; el sábado y el domingo evitamos la playa principal y nos alejamos hacia el oeste, el lunes llovió muchísimo y no hubo sesión playera, y el martes por desgracia último día para nosotros, las encargadas de la limpieza todavía recogían la basura que habían quedado tras el festival puerco del fin de semana, así que nos tuvimos que alejar dirección este buscando aguas sin cerdadas flotantes... por suerte, haberlas, haylas.
El interior de la isla es bastante selvático y me imagino que se podrá disfrutar de divertidas caminatas entre hornbills (los pájaros autóctonos). Nosotros no nos hemos adentrado en la jungla porque todas las tardes, a eso de las tres, empezaba a llover a cántaros, lo que nos relegaba a disfrutar de las amenidades de nuestra habitación-caravana entre mosquito y mosquito, con el mágnifico planear de los hornbill en el horizonte de nuestra ventana.
Mañana, a las siete de la mañana, volamos a Filipinas. Allí intentaremos seguir descubriendo islas paradisiacas, corales impolutos y, sobre todo, intentaremos bebernos todas las cervezas que no nos hemos bebido en estos dos meses de abstinencia total y forzada debido a los terribles precios que tan estimado elixir adquiere allá donde la palabra de Alá impera.
Salud, gandules.
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