Dejamos la árida Karnataka y nos adentramos en Kerala. Allí pasamos nuestras navidades y nuestro fin de año. Pasados por agua salada, endulzados con ginebra y whisky y saciados con pescado fresco, estuvimos diez días en Varkala. Este pequeño pueblo tiene dos caras bien marcadas: una cara moderna y comercial, enfocada al turismo occidental, familiar y con pasta; y otra cara relajada, enfocada al mochilero, al yoguero o al meditador, donde los precios se mantienen igual que en el resto de la India y donde la autenticidad sigue presente.
Los lugares occidentalizados se encuentran todos sobre el acantilado, decorados con flores y numerosas luces, que vistas desde la lejanía le dan el aspecto de una pista de aterrizaje flotando sobre el mar, tiene precios a la europea. Los lugares de mochileros se encuentran al norte del acantilado, aquí las luces se convierten en velas, las plantas decorativas en varas de bambú y la carta sigue estando en rupias; has de bajar hasta el nivel del mar, sortear a los camellos y una vez veas el cartel LAKE SIDE acabas de llegar al paraíso. Justo detrás de este restaurante hay cuatro casitas escondidas en plena naturaleza. Una de ellas fue nuestra durante una semana.
Teníamos todo lo que podíamos necesitar. Teníamos cama, teníamos playa y teníamos comida india, no nos faltaba de nada, hasta teníamos mascotas: loros, perros, águilas, castores y, por supuesto, cuervos y vacas. Los días se fueron volando tan rápido que se llevaron al 2011 por delante sin apenas enterarnos. En el momento de cierre anual teníamos nuestros pies sobre la fresca arena de la playa y brindábamos con gin-tonic. No hubo reloj, ni uvas, ni multitud de abrazos, ni Ana Igartiburu, estábamos los dos, solos frente al mar. Después llegarían los bailes bolliwoodienses, los chupitos de arrak y el primer baño del año justo antes de convertir nuestra cama en un arenal.
Entristecidos dejamos Varkala, otro de los destinos que sumamos a nuestra lista de Lunas de Miel Particulares, y seguimos avanzando hacia el sur. Llegamos hasta el sur sur de la India peninsular, al pequeño y aburrido pueblo de Kanyakumari. No hay mucho que hacer allí salvo ver peregrinos adentrarse en un moderno templo con complejo de parque de atracciones o en las aguas de los tres mares que en este punto se juntan. También tienen la que llaman la “estatua de la libertad india”, que no es más que un columna de hormigón con forma de gurú. Vimos todo en una tarde y a la mañana siguiente ya estábamos de camino otra vez.
Fuimos a Maduray, donde alucinamos con lo vivo que está su templo más famoso. El Sri Meenakshi Temple es gigante, es un complejo de más de 6 hectáreas donde los peregrinos rezan mientras siguen los pasos de la música o de una decorada vaca sagrada que camina por sus galerías interiores. Algunos nos dijeron que es el Taj Majal del sur de India. Las leyendas acerca de su historia son numerosas y la positividad que irradia es más que palpable. Después nos mudamos a Kodaikanal, a más de 2000 metros de altitud. Aunque pasamos un frío del carajo porque no tenemos la ropa suficiente para afrontar 5ºC, disfrutamos de largos paseos por la montaña, en chanclas y calcetines, rodeados de numerosos pájaros y con vistas cautivadoras. El pueblo se encuentra en un verde valle de los Western Ghats y su visita es 100% recomendable. Tras muchos meses nos bebimos un chocolate caliente.
Ahora estamos en Trichy, que también alberga uno de los templos hindus más grande de India, pero que por desgracia es una de las ciudades que te invitan a quedarte continuamente en la habitación: ruido, pitidos, frenazos, voces... Mañana nos mudamos de nuevo... y con ello haremos 23 destinos en dos meses.
1 comentario:
OS QUIERO VER RECORRIENDO TODO EL PUÑETERO MUNDO, ASI QUE VOLVED CUANDO HAYÁIS ACABADO!!! . BSOSS!!
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