domingo, 27 de marzo de 2011

Ko Tao. Bien bonita... y explotada.

Isla enana. Muy enana. Cual tortuga de California recién sacada de la pajarería. De esas que te caben en la palma de la mano. Bonita. Muy bonita. Así es este pequeño trozo de tierra que se encuentra en el Golfo de Tailandia, cerca de Ko Phangan y Ko Samui.

Isla explotada. Muy explotada. Cual tailandés que trabaja de siete de la mañana a once de la noche. De esos que te sacan todo el curro sin rechistar. Así viven los lugareños en este trozo de tierra en el que el capital extranjero ordena y manda.

Estos son los dos principales contrastes que se encuentran en Ko Tao. La belleza del lugar: con sus lindas playas, su frondosa jungla y sus relajantes chiringuitos con hamacas a pie de playa; contra el populacho extranjero, que viene atraído por las magníficas zonas de buceo, y que por norma general no muestra empatía alguna hacía el de aquí... si se puede comprar en un Seven Eleven, mejor. Si se puede comer una pizza o un panini, mejor. Si se puede salir por la noche, mejor que sea a un concierto de versiones del pachangueo mundial que al de una banda de música local.

Es difícil y aleccionador contemplar como los autóctonos se dejan los cuernos 365 días al año (según nos ha dicho nuestro instructor de buceo, que por cierto intentó que los tailandeses que trabajan en la escuela tuvieran un día libre a la semana y que consiguió un rotundo NO como respuesta). Es increíble contemplar como una sonrisa siempre les cubre la cara (no sé si en el fondo se cagarán en todas nuestras primas, o si estarán agradecidos de trabajar para nosotros). Es muy difícil saberlo, porque los que venimos aquí andamos desgraciadamente bastante justos de thai. ¡Con la de buenos momentos que podríamos pasar si todos habláramos un solo idioma! Lamentablemente eso es muy difícil de solucionar a estas alturas.

Llegamos aquí el martes pasado. Ya sabíamos a lo que veníamos: a una isla que tiene como único reclamo el buceo y que ofrece precios bastante más económicos que el resto del país. Lo que no sabíamos es que nos encontraríamos tanto capital extranjero.

Aquí se ven pocos carteles escritos con la caligrafía thai. Se ven pocos puestos de comida callejera. Se ven pocos negocios en los que la cabeza principal tenga la piel morena y los ojos achinados. Se ven muchos rubios, se escucha mucho inglés, francés y alemán, y se ven numerosos perro-flautas peninsulares. De Tailandia poco. A esta isla le queda poco carácter. Le queda poca personalidad.

Menos mal que previamente habíamos contactado con una pequeña escuela de buceo (Alvaro Diving Centre) para hacer nuestro curso de buceo avanzado y de aventura. Nos la había recomendado un español que conocimos en Bangkok. Nos informó, con mucha precisión, de que en esa escuela estaríamos alejados de la colmena de escuelas-fábrica que invaden la playa principal, donde cada estudiante es un número y cada certificado un cheque.

Efectivamente la escuela ha sido todo lo que se nos dijo. Trato personal, trabajadores estupendos, instructores atentos y grupos muy reducidos. En nuestro grupo hemos sido tres: Jesse the Kiwi (nuestro instructor neozelandés), Isabel y yo. ¡Qué más se puede pedir! Ha sido un lujazo tener a Jesse de 'profe', con ese acento oceánico tan característico y con gran ansia de conocimiento (cada día se releía lo que podríamos denominar el 'Marca' de Nueva Zelanda para comprobar las noticias relacionadas con su equipo de rugby). Muy fácil conectar con alguien así. En la foto le podemos ver pretendiendo dar una imagen de seriedad, aunque al muy cabrón no había quién le quitara la cerveza de la mano tras las inmersiones del día.


Gracias a él hemos mejorado muchísimo nuestra forma de bucear. Hemos buceado de noche, a 30 metros de profundidad y, por fin, hemos conseguido encontrar el peso ideal que llevar en el lastre... y además hemos sacado el Advance Open Waters, que nos permitirá bucear en los mejores lugares de Indonesia, Vietnam, Filipinas, y allá donde queramos.

Eso relacionado con el buceo. Ahora os voy a contar la mangada de este viajecito: el jueves pasado se celebraba aquí en la isla un mini festival que tenía como nombre 'Save Ko Tao'. Paradojas de la vida: el mini festival estaba organizado por aquellos que se la han cargado. Manda pelotas... bueno, aun así fuimos a ver de qué iba el rollo.

Primera sorpresa, nos enteramos de que el festival se celebraba en la otra punta de la isla, a una hora caminando, por lo que decidimos pillar un peseto. Normalmente la carrera dentro de la isla cuesta 50 bahts por persona. Sólo hay una carretera que la atraviesa por completo, y que no llega a los 7 kilómetros. Cuando preguntamos al primer vehículo que hacía las funciones de taxi, la respuesta fue: '200 bahts', a lo que nosotros respondimos: no, no, no... 50 bahts. - Oh, imposible, contestó. Está bien, le dijimos, no nos importa caminar. 50 metros después aparece el coleguilla con un pick-up más pequeño y con botella de whiskey en mano, con su mujer y su bebé de copilotos y nos dice: - Ok, 50 bahts.

A mitad de camino se para. Pensamos que, como le habíamos pagado la mitad, nos dejaría a mitad de camino. Pero no. Se baja del coche, se acerca a nosotros y nos dice en este inglés tailandés tan peculiar: - tú pagar a mi ahora, mi familia no gusta yo hacer negocios y no quiero que vean yo coger dinero de extranjeros, vosotros amigos, si vienen decir sawadii (hola en tailandés)... Todo esto en mitad de un camino oscuro y con nosotros dos sentados en la parte trasera de furgonetilla. Le respondo alegremente que ok, que le pago ahora, pero que me lleve hasta la fiesta. Me dice sí, sí, no preocupes. Se vuelve a montar al volante y nos lleva hasta el centro del meollo. Por poco no se sube al escenario con la furgo. Nos bajamos de un salto de la parte trasera, nos acercamos a la ventanilla y juntando las manos y haciendo una reverencia nos damos las gracias y nos decimos adiós. Mientras la mujer y su bebé observan la situación desde la oscuridad del asiento del copiloto.

Ya dentro del festival poca cosa que contar. Dos secciones: una thai y una guiri. Una con música local y otra con temas tipo YMCA tocados por tailandeses y bailado por turistas ciegos de alcohol y quizá de algo más. Nosotros pasamos un ratito en cada una. Sin duda damos como ganador al concierto de música local. Nos cautivaron las melodías chirriantes, los pañuelos en cabeza y los meneos de cadera, cintura y cuello. Nos bebimos dos cervezas cada uno. Metimos los pies en el barro. Y a la una, de vuelta a casa.


Muchos pseudo-taxistas esperaban a sus presas al final del único camino que cruza la isla. Debíamos recorrerlo por completo otra vez para llegar a nuestro bungalowcillo. Para nuestra sorpresa, nos pedían 300, e incluso 400 bahts (unos 10€). Ni de coña íbamos a pagar tanta pasta por un trayecto de una hora caminando o de 10 minutos en coche.

Así que decidimos andar. Quizá nos encontráramos a alguien que nos volviera a llevar por 50 bahts. Caminamos unos 3 minutos, y nada. 4 minutos, y nada. Sacamos el dedo en un intento inútil de hacer autstop, y nada. Empezamos a gritar 'taxi taxi' a todos y cada uno de los vehículos que nos adelantaban, y nada. Empezamos a pensar seriamente que nos iba a tocar caminar una horita, con los pies llenos de barro y bajo la ligera lluvia que comenzaba a caer... cuando de repente, dentro de un garaje de mala muerte, vemos a tres borrachillos desparasitando a un perrillo. Al lado del garaje había una motillo. - Taxi taxi, le digo. Respuesta inmediata. - Bla bla bla bla, bla bla bla bla... como si yo fuera a enteder thai. - Taxi, taxi, le vuelvo a decir. Parece que me entienden porque empiezan a señalar la moto. Mientras, uno de ellos emite sonidos de claro contenido etílico.

Se nos acerca uno, el más grandote, señala a la moto, y le digo a dónde queríamos ir: Talaporn Bungalows. Les cuesta entenderme una barbaridad. Isa me avisa de que van cieguísimos, y yo le digo que todos y cada uno de los habitantes de la isla están igual, o peor. ¡Si no, cómo cojones iban a estar desparasitando a un perro! Para hacerlo se necesita cierta concentración.

Uno de ellos se desmarca y coge la moto. En tono jocoso le hago la postura del flamenco: rodilla levantada, codo sobre rodilla, y pulgar de mi mano derecha en la nariz para indicarle sutilmente un leve e informal 'ten cuidado, borrachín'. Le decimos que le damos 100 bahts si nos lleva sanos y salvos a los dos en la moto. No sabemos si nos entiende, pero asiente con la seguridad que atesoran unos cuantos litros de cerveza. Nos montamos... detrás del colega se monta Isa, detrás del todo me monto yo. Tres en una moto. El piloto con su Marlboro de rigor en la boca. Amortiguadores 'clack clack clack'. Chancletas rozando el suelo. Mis piernas en 'constant tension'. Pero gracias a no se quién llegamos a casa pronto, seguros y sin habernos gastado el equivalente a una noche de hotel por un trayecto de siete kilómetros.

Como dice un gran sabio pinteño: 'sólo conduzco borracho cuando voy tan ciego que no puedo ni caminar'.

Gracias a este aforismo sabía que llegaríamos a nuestro destino sin problemas.

Te queremos, Luis.

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