22:30. Estaban recostados en los básicos sofás de un restaurante nocturno de Battambang, uno de esos que pretende inspirar modernidad y buenos modales: tenue y acogedor, de colores cálidos y escuálidos camareros. Estaban dando un final bastante decente a un día muy completo. Habían estado visitando la provincia de Battambang desde las 9:00 de la mañana, pilotando una Honda Dream (scooter todoterreno de las que aguantan mil y una batallas). Habían conducido entre arrozales, mangos y cocoteros; ríos y charcos color arcilla; familias con muchos críos; bicis y más motillos. Habían visto un tren de bambú, visitado un templo del siglo X, comido tallarines en una mesa callejera y subido numerosas escaleras para contemplar el verde horizonte... incluso se habían echado un partida de petanca con un grupo de camboyanos. Se habían topado con monos, cerdos enjaulados y valientes policias, como el de la foto superior. En el camino de regreso, y durante un "rato de nada", condujeron en dirección completamente opuesta -bien tránquilitos, por cierto-; gracias a ello tuvieron la oportunidad de parar en un puesto de carretera, que vendía gasolina y frutas, a saborear un puntiguado fruto de gusto similar a la chirimoya. Tras preguntar al tendero dónde coño estaba Battambang, se convencieron de lo que ya se venían temiendo: algo raro pasaba con la ruta a seguir. Se habían tirado todo el "ratillo de nada", que exactamente había durado 1 hora y 30 minutazos, comentando boberías, como por ejemplo: "sí, sí, esto me suena"; "ya no debe quedar mucho"; "mira, una fábrica... eso es que ya estamos al lado"; "joder, ¿pero no estábamos a 14 kilómetros, como es que llevamos una hora?"; "eso es porque vamos todo el camino a 40"... Ya de vuelta al hostal, un arco iris doble les perfiló el camino a la cena.
Tras finiquitarse la birra, se escuchó: - Joder... con la de gente feliz que hemos visto hoy, y durante los últimos cuatro meses, todos con una gigantesca sonrisa en la cara; con la de niños contentos que se ven pedaleando de vuelta a casa enfundados en su uniforme escolar, o recogiendo botellas de plástico; con la de alegres currelas que nos han saludado y hemos conocido. Joder, la mayoría de esta gente no tiene la palabra vacaciones en su idioma, viven en modestísimas casas de madera, curran a diario y a destajo, sin importar la edad o el sexo, no tienen lujos ni caprichos, y aun así están tan felices... Creo que estoy perdiendo el rumbo con el famoso "estado de bienestar occidental".
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