martes, 5 de julio de 2011

Navengando las turbias aguas del Delta del Mekong

Queridos y queridas,

me congratula informaros de que ya estamos en Vietnam. Entramos hace cuatro días. Nos costó algo más de dos horas recorrer los 40 kilómetros que nos separaban de la frontera, llegamos en tuk tuk desde Camboya, sellamos nuestros pasaportes, volvimos a tener un breve diálogo futbolero con un policía fronterizo y cogimos unas mototaxis para adentrarnos en el país de Ho Chi Minh. Ahora mismo estamos en un pequeño y acogedor pueblo llamado Ben Tre, en un hotelillo frente a un lago y en una austera y recién pintada habitación con lígeros aromas a moho. 

Nos costó algo más de 6 horas llegar a este pueblo desde Ha Tien, el primer pueblo vietnamita que visitamos y que estaba pegado a la costa. Su playa era de arena oscura y escasa, pero sus cangrejos eran sabrosos y carnosos. El trayecto en autobús, atravesando el Mekong y su delta, fue largo y con vistas de todo tipo: verdes campos de arroz, abarrotadas calles de pueblos y ciudades, y puentes flotantes en los que las motos y los autobuses luchaban por hacerse hueco. Tampoco estuvo mal el aspecto acústico del viaje. El conductor de nuestro autobús no dejó de pitar ni un solo segundo, consiguiendo con ello que fuera más destacable el silencio que el pitido. 

Aquí, en el sur Vietnam, y aunque estemos muy cerca del vecino Camboya, ya se notan algunas diferencias; el ritmo ha subido, no se ven carteles en inglés, la gente habla más alto y el espíritu chino empieza a estar más presente. La hoz y el martillo, junto a la bandera vietnamita, decoran las esquinas, las escuelas, los bancos y cada uno de los mástiles en las rotondas. Ho Chi Minh está por todas partes y los guiris se cuentan con dos dedos. Las dificultades en la comunicación se incrementan. Estamos tirando de nuestro diminuto diccionario Inglés-Vietnamita para hacernos entender, pero lo único que conseguimos es que se descojonen de nosotros en nuestra cara. De momento somos capaces de decir 'hola, gracias, adiós, ¿cuánto cuesta? y muy caro' con 100% de efectividad, el resto de las palabras provocan gestos de sorpresa, fruncimientos exagerados y multitud de sonidos tipo 'oooh, uuuh'.

La comida por estos lares es de momento exquisita. El primer día pudimos disfrutar de una sabrosa cena a base de verdura y fruta (algas, pepino, hierbabuena, piña y algunos otros hierbajos desconocidos para nosotros -que por cierto se asemejan bastante a las malas hierbas que crecían en nuestro jardín malagueño-), junto con unos pinchitos de ternera, fideos, rollitos de gambas y té helado. Nos pegamos un hinchón del carajo y su precio no llegó a cuatro doláres.

Ayer tuvimos un día muy completo. Por la mañana investigamos el pueblo y sus alrededores. Sufrimos el calor en un ambientado mercado, con numerosos puestos de frutas, de verduras, de pescado, de serpientes, de enérgicas ranas saltarinas sin un pelo de tontas -fijaros bien la foto de la izquierda- y de sombreros cónicos tradicionales. Isabel ya se tapa del sol con uno de ellos, lo que provoca bastantes roturas de cuello entre los lugareños. 

Por la tarde nos dimos un paseo en una barca por el delta del Mekong. Estuvimos cuatro horas, hasta el atardecer. Vimos cargueros gigantes, nos metimos por estrechos canales, entre cocoteros y árboles frutales, y contemplamos la vida en los islotes. Los principales ríos que forma el Mekong en su última etapa antes de llegar al mar son asombrosamente anchos y caudalosos. Es un mar de aguas marrones ricas en hierro.

En uno de los islotes tuvimos la oportunidad de ver cómo viven. Como llegamos a última hora de la tarde, ya habían termiando su jornada laboral y habían empezado la jarana. Dos de ellos estaban dedicados en cuerpo y alma al licor de arroz, y como por aquí dar agradables bienvenidas es  muy común, tuvimos que unirnos al ritual etílico. Compartimos chupitos, mangos y mazorcas de maíz con nuestro guía y con dos vietnamitas excombatientes de la que aquí llaman Guerra de Camboya (1975-1987). 

Tras acabar la Guerra del Vietnam -que por cierto aquí llaman American War-, camboyanos y vietnamitas lucharon por las prolíficas tierras del Mekong, consiguiendo con ello lo que consiguen todas las guerras: destrucción, muerte y fracaso. Uno de los señores había estado 10 años en combate, en tierras camboyanas, en las tropas de infantería del ejército vietnamita. Tenía el cuerpo lleno de cicatrices. Una de ellas era especialmente impactante; un balazo le había rozado y le había reventado tres costillas, dejando una señal de tres pares de bemoles en el costado. También tenía el estómago abierto en canal y sus piernas estaban llenas de marcas. Aun así, se bebía los chupitos sin el menor problema. El otro, que había luchado en artillería durante 5 años, había tenido más suerte y no había sido herido. En la foto podéis ver la situación: el de la camiseta oscura era el que había salido peor parado, el de la camisa , nuestro guía, y el que iba sin camiseta era el artillero.



Algo había leído acerca de la guerra entre vietnamitas y camboyanos, pero nunca me hubiera imagiando que me iba a encontrar al tercer día con dos exmilitares vietnamitas. Para colmo llegué allí llevando un gorro que me compré en Camboya y que tenía un banderón con la palabra CAMBODIA escrita en el frontal. Para relajar la tensión de la conversación, me quité el gorro y les dije que a ellos no les gustaría mucho mi gorro, por eso de llevar los colores camboyanos. El guía le tradujo lo que había dicho, y para mi sorpresa, el herido agarró el gorro, miró la bandera con detenimiento y su cara se tornó en felicidad. Había estado diez años batallando en tierras camboyanas, cumpliendo las órdenes de los mandos vietnamitas, pretendiendo matar camboyanos y evitando no ser asesinado por ellos, y aun así se confesaba amante de Camboya.  Agarró el gorro y se lo puso orgulloso. Me preguntó que si sabía hablar khmer, estaba deseoso de volver a practicarlo. Le dije que no, que sólo sabía decir las cuatro cosas básicas que se aprenden para viajar. No le importó mucho mi respuesta y me soltó alguna frase en camboyano. Irradiaba felicidad con el gorro puesto, contento de tener la bandera camboyana sobre la frente. Me quedé bastante sorprendido y empecé a investigar el porqué. 

El guía nos comentó como gran parte de los vietnamitas, independientemente de si fueron o no fueron militares en la guerra, recelan de la libertad existente ahora mismo en Camboya. Me dijo literalmente que en el Vietnam de ahora hay sólo un camino, el que dicta el Partido Comunista; todo está muy bien, y si dices lo contrario -dijo llevándose el pulgar de lado a lado del cuello-, desapareces. En Vietnam no hay la pobreza que hay en Camboya, pero no hay libertad alguna. Por eso, el exmilitar cogió el gorro del que fue su enemigo durante una década con tanto entusiasmo; daba la impresión de que le hubiera encantado quedarse en Camboya, aunque fuera luchando. 

Debe ser dificilísimo elegir entre esclavitud o pobreza, éstos tenían toda la pinta de quedarse con la libertad camboyana, por mucha pobreza que pudieran tener. Ser libre y pobre es mejor que no poder hablar o expresar tus ideas libremente. Antes de que el guía me dijera todo esto le había preguntado si era feliz en Vietnam, y me había contestado: ¿por qué preguntas eso? No se fían de nadie; el partido tiene ojos y oídos por todas partes y hay que estar atento si quieres seguir con vida.

PD: Justo antes de volver a montarnos en la barca, el exmilitar herido seguía maravillado con el gorro. No estaba seguro de si se lo había prestado para que lo viera o de si se lo había regalado.

Volví al pueblo sin el gorro, contemplando el atardecer en el Mekong y con la cara de satisfacción  y felicidad del señor metida en la cabeza.
  


Os informamos de que en Vietnam no se puede acceder a facebook  por lo que estaréis un mes sin Iza Bella ni Maouaddict. Si algún hacker se presta a enviarnos alguna forma útil de evitar la prohibición, le estaremos muy agradecidos.

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