jueves, 9 de febrero de 2012

Eso fue todo, amigos

Llegados a Europa damos el viaje por finalizado. El blog lo aparco en la primera planta del garaje para cuando me dé por escribir una novela de aventuras viajeras. Así quedan los Gepe esos.





Gracias a todos los que nos habéis ayudado a elegir esta magnífica ruta y a todos los que nos habéis seguido desde la lejanía con regularidad o sin ella.

Ooooommmmmmm!!!


viernes, 27 de enero de 2012

SERVICIO INFORMATIVO

TITULARES:

A los gandules se les quedó un trocito de corazón en la India. Tras dos meses y más de 25 lugares volaron hacia Colombo (Sri Lanka) en un avión comercial de la compañia Spice Jet... hot hot!



En su visita a Sri Lanka han parado en cuatro destinos: Kandy, Ella, Tissi y Tangalle. Han paseado ociosamente por valles y lagos, han visitado el Parque Nacional de Yala y ahora descansan de tan arduas tareas frente al bravo Océano Índico.


Pudieron observar la placentera vida de los animales domesticados comiendo una hierba de muerte a pie de vía.


Isabel demostró que las princesas no necesitan vestirse de Decathlon para subir a más de 1600 metros de altitud. Tras más de dos horas y media de calurosa ascensión llegó como-recién-duchada a la cima.


Se recrearon con un safari viendo elefantes salvajes, ciervos, bufalos, cocrodilos, pájaros por doquier... Ella tuvo la suerte de ver la pata de un oso perderse en el espeso bosque, él no. Ninguno de ellos encontró al deseado leopardo.







En algunos días, ampliamos titulares. Saludos desde Tangalle.


miércoles, 11 de enero de 2012

De paseo por Kerala y Tamil Nadu

Refugiados en el sur de India, Kerala y Tamil Nadu son dos joyas que hay que visitar. Cargados de historia, de espiritualidad y de energía; con preciosos parques naturales escondidos en la montaña, espectaculares costas y vida salvaje; con una dieta que podría satisfacer a cualquier esnob o a cualquier estómago insaciable, estos dos estados sureños han sido nuestro tablero de juego en el último mes de viaje.

Dejamos la árida Karnataka y nos adentramos en Kerala. Allí pasamos nuestras navidades y nuestro fin de año. Pasados por agua salada, endulzados con ginebra y whisky y saciados con pescado fresco, estuvimos diez días en Varkala. Este pequeño pueblo tiene dos caras bien marcadas: una cara moderna y comercial, enfocada al turismo occidental, familiar y con pasta; y otra cara relajada, enfocada al mochilero, al yoguero o al meditador, donde los precios se mantienen igual que en el resto de la India y donde la autenticidad sigue presente.

Los lugares occidentalizados se encuentran todos sobre el acantilado, decorados con flores y numerosas luces, que vistas desde la lejanía le dan el aspecto de una pista de aterrizaje flotando sobre el mar, tiene precios a la europea. Los lugares de mochileros se encuentran al norte del acantilado, aquí las luces se convierten en velas, las plantas decorativas en varas de bambú y la carta sigue estando en rupias; has de bajar hasta el nivel del mar, sortear a los camellos y una vez veas el cartel LAKE SIDE acabas de llegar al paraíso. Justo detrás de este restaurante hay cuatro casitas escondidas en plena naturaleza. Una de ellas fue nuestra durante una semana.

Teníamos todo lo que podíamos necesitar. Teníamos cama, teníamos playa y teníamos comida india, no nos faltaba de nada, hasta teníamos mascotas: loros, perros, águilas, castores y, por supuesto, cuervos y vacas. Los días se fueron volando tan rápido que se llevaron al 2011 por delante sin apenas enterarnos. En el momento de cierre anual teníamos nuestros pies sobre la fresca arena de la playa y brindábamos con gin-tonic. No hubo reloj, ni uvas, ni multitud de abrazos, ni Ana Igartiburu, estábamos los dos, solos frente al mar. Después llegarían los bailes bolliwoodienses, los chupitos de arrak y el primer baño del año justo antes de convertir nuestra cama en un arenal.

Entristecidos dejamos Varkala, otro de los destinos que sumamos a nuestra lista de Lunas de Miel Particulares, y seguimos avanzando hacia el sur. Llegamos hasta el sur sur de la India peninsular, al pequeño y aburrido pueblo de Kanyakumari. No hay mucho que hacer allí salvo ver peregrinos adentrarse en un moderno templo con complejo de parque de atracciones o en las aguas de los tres mares que en este punto se juntan. También tienen la que llaman la “estatua de la libertad india”, que no es más que un columna de hormigón con forma de gurú. Vimos todo en una tarde y a la mañana siguiente ya estábamos de camino otra vez.

Fuimos a Maduray, donde alucinamos con lo vivo que está su templo más famoso. El Sri Meenakshi Temple es gigante, es un complejo de más de 6 hectáreas donde los peregrinos rezan mientras siguen los pasos de la música o de una decorada vaca sagrada que camina por sus galerías interiores. Algunos nos dijeron que es el Taj Majal del sur de India. Las leyendas acerca de su historia son numerosas y la positividad que irradia es más que palpable. Después nos mudamos a Kodaikanal, a más de 2000 metros de altitud. Aunque pasamos un frío del carajo porque no tenemos la ropa suficiente para afrontar 5ºC, disfrutamos de largos paseos por la montaña, en chanclas y calcetines, rodeados de numerosos pájaros y con vistas cautivadoras. El pueblo se encuentra en un verde valle de los Western Ghats y su visita es 100% recomendable. Tras muchos meses nos bebimos un chocolate caliente.
 

Ahora estamos en Trichy, que también alberga uno de los templos hindus más grande de India, pero que por desgracia es una de las ciudades que te invitan a quedarte continuamente en la habitación: ruido, pitidos, frenazos, voces... Mañana nos mudamos de nuevo... y con ello haremos 23 destinos en dos meses.


Agur!



martes, 13 de diciembre de 2011

Hampi, Hospet, Tirupati, Tirumala, Mamallapuram


6:45. Canta Luz Casal en el despertador y a duras penas desenfundamos los ojos.  Nos esperan más de doce horas de viaje por delante, dirección sureste, desde la histórica Hampi hasta la sagrada Tirupati. Nos tumbaremos en un tren a las 9 de la mañana y no saldremos de él hasta pasadas las 10 de la noche (si se cumplen los horarios previstos).




Otro de los muchos aspectos positivos que tiene Hampi, aparte de su sosiego, de sus gloriosos templos, de sus preciosas callejuelas y de sus afables lugareños, es que está muy bien comunicado con Hospet, ciudad donde se encuentra la estación de tren desde donde empezaremos nuestra ruta. No es ni una hora de viaje en bus o en ricksaw, pero hay tiempo suficiente para el entretenimiento cotidiano, para ver a las mujeres azotando la ropa limpia en los ghats del río, para ver a los niños muy bien uniformados y requetepeinados encaminarse descalzos a la escuela, para ver a los vendedores ambulantes montando el chiringuito para el que será otro día más de curro o para ver a las vacas desperezarse, forzadas por el tráfico a terminar el descanso, forzadas a un nuevo día buscando algún resquicio de hierba comestible o alguna que otra bolsa de plástico con sabor a masala


Frente a la estación se nos presentan dos pequeñas estudiantes. Manejan a la perfección el “what's your name?”, el “where you from?”, el “have a happy journey!”. Entre risas y petición de fotos nos desean un buen viaje. Ya en el andén nos comemos unos plátanos, nos tomamos un té con galletas y vemos desaparecer la última bocanada de humo al mismo tiempo que el tren hace su entrada en la estación dejando un rastro de olores inimaginables. Montados en nuestro vagón nos echamos en nuestra cama y nos preparamos para volver a conciliar el sueño, para retomarlo justo donde lo habíamos dejado a las 6:45. Por suerte tenemos unos compañeros marmotas que no paran de dormir y que no se alteran con nuestra llegada. Después, una vez despiertos nos contemplarán descansar hasta que abramos los ojos. Si hay algo que le gusta hacer a los indios es contemplarte. Ya estés en un restaurante, mirando un mapa, esperando al autobús o bebiéndote un refresco, siempre tendrás los ojos clavados de aquellos que están a tu alrededor. Serás como un extraterrestre, como una estrella de Hollywood en pelotas en medio de la calle, todos los ojos pendientes de ti.

Nos despiertan los reclamos de los vendedores de pasillo, esos que en cada parada conquistan los vagones del tren y lo tiñen con sus brillantes colores y sus incitadores olores. Samosas, agua, meals, cold drinks, arroz inflado picante, biryanis... Puedes conseguir casi de todo en un tren indio, son un restaurante andante, una ciudad que no para de moverse. Una anciana de piel curtida por el sol y por los años, de largo pelo blanco y con un llamativo sari azul y amarillo por el que deja entrever su enorme barrigota, vende naranjas. Otro señor, que también peina canas, inunda el vagón con su grave y monótona voz a base de  “chai, chai, chai”. Un niño delgaducho se acerca con su bandeja llena de refrescos y botellas de agua al son de “cold drinks, water”. Mientras todo este maremágnum de personas va de un lado a otro del pasillo vociferando y cargados con grandes cestos, un hombre se afana en barrer el pasillo con una rústica escoba hecha a base de ramas secas, en cuclillas, con una multitud de rodillas rozándole la cabeza y sin olvidarse, por supuesto, de ofrecer su palma de la mano en cada compartimento en espera de algún que otro Rupi.



Así transcurren las horas hasta el final del trayecto, lentamente, entre tés y cabezadas, entre samosas y chiles fritos, contemplando los secos paisajes, el atardecer, la luna llena, jugando al parchís con dos niños, de cháchara con los vecinos de compartimento, que  han estado dormitando casi todo el día y que también van a Tirupati, uno de los lugares sagrados para los hindúes. Se supone que es uno de los cinco sitios donde Vishnu, el dios preservador, pasó alguno de sus días, así que podría ser considerado como una 'meca' del hinduismo.

Si algo te marca de la India es ver cómo se desviven por sus dioses, cómo cuidan su espíritu, cómo preparan su cuerpo para una placentera reencarnación, cómo recorren miles de kilómetros para acudir a una de las ciudades sagradas, cómo esperan, tostándose al sol en multitudinarias filas durante más de seis horas, para ver una estatuilla de madera llena de flores, cómo pagan un quinto de su pobre salario para recibir una bendición o cómo se afeitan las cabezas para deshacerse de su ego o para dar las gracias por los deseos cumplidos. Visitar la ciudad sagrada de Tirumala, sus templos, su museo y sus alrededores, ver tal cantidad de peregrinos, verles cantar y danzar, es una experiencia única, aunque a veces te dé la sensación de estar en la fiesta de disfraces anual del psiquiátrico de Carabanchel.


Desde Tirupati pusimos rumbo a Mamalapuram, un pequeño pueblo de la costa este, a cinco horas de estresante viaje en autobús. Por cinco euros al día encontramos un apartamento a escasos metros de la playa. Ahora nos toca a nosotros disfrutar de nuestra semana de peregrinación particular: de la cama a la playa, de la playa al bar, del bar al salón, del salón a la playa, de la playa al restaurante... ¡qué falta de espiritualidad, por dios!



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Gandulindia. Tres semanas, diez destinos, cinco sentidos.



Llegamos a Mumbai preparados para la acción. En la India uno se saca el Carné de Viajero y después de ocho meses de oposiciones, ya era hora de afrontar los exámenes definitivos. Han pasado veintitantos días y todavía no tengo claro cómo empezar a escribir. ¿Serán las ruinas? ¿Será el tráfico? ¿Serán las vacas? ¿Serán las samosas? ¿Me habré quedado en blanco para siempre?

En el devenir de los Cinco Sentidos la Vista no quiere dormir, el Oído quiere huir de las grandes ciudades, el Tacto acumula capas de polvo, el Olfato no tiene por dónde escapar y el Gusto se ríe de los apuros de sus cuatro compañeros gozando de un amanecer glorioso en cada almuerzo.  

Llegó la Vista a Mumbai.  A pocos metros de altura, montada en el avión, mirando por la ventana, piensa si va a aterrizar en una pista de aeropuerto o sobre los slums de la ciudad. El 60% de la población vive en las afueras, la mayoría en condiciones precarias, sin sueldos, ni seguridad, ni fin de semana. Los que viven en los alrededores del aeropuerto comparten pared con el muro que lo delimita. En el centro de la ciudad la realidad es distinta. Aunque no deja de ver pobreza en cada acera, en cada persona que pernocta bajo los soportales, los edificios no están hechos a base de placas de plástico o techos de uralita, en el centro los edificios tienen las alacenas llenas de historia,  tienen un porte impresionante y una belleza sultánica-británica espectacular. Los parajes históricos, las ruinas arqueológicas, las pequeñas villas costeras y los edenes de la naturaleza, alejados de las grandes poblaciones, devuelven a la Vista el pasado y la paz que es más difícil encontrar en las comerciales urbes indias. Ellora, Bidar y Hampi fueron un viaje al pasado memorable que todavía recuerda al cerrar los ojos. Al igual que recuerda la facilidad con que las vacas se comen las bolsas de plástico o los trozos de cartón.


En su vagar sonoro, el Oído tuvo una dura prueba en la megaciudad, se quedó atontado de tanto pitido, de tanto frenazo, de tanto  vociferar, de tanto graznido de cuervo. En las ciudades posteriores también echó horas extras. Nasik, Aurangabad, Hyderabad, Bijapur y Kolhapur le dejaron rendido. Empezó a pensar que desfallecería, no estaba acostumbrado a estar metido en un túnel de ruido 16 horas al día. Decidió actuar y se fue a la playa. Allí volvió a disfrutar del estado de bienestar que le había brindado gran parte del Sudeste Asiático. Las olas del mar, el viento procedente del infinito azul sobre las suaves y secas colinas, pájaros agraciados plantándole cara a los negros cuervos, pedales oxidados, las cubiertas de los gastados neumáticos sobre las mal alfaltadas calles, percusión espiritual y estribillos amantrados le hicieron olvidar los momentos difíciles y empezó a pensar que tenía razón cuando decía que estaba seguro de que otra India era posible.  

Al Tacto nunca le habían cuidado tanto. De hecho ha agradecido públicamente el trato que está recibiendo dadas las arduas jornadas que está acarreando. En su twitter ha publicado que “no es para menos, en mi puta vida había tenido tantas capas de polvo. Yo con una o dos me apañaba, pero acumular cinco capas de polvo al día no estaba en mis planes. Normal que me laven tanto las manos y que me duchen dos o tres veces al día, y que me dediquen más tiempo que nunca por detrás de las orejas... ¡si hasta me frotan los pies en cada ducha! Sólo he estado en dos habitaciones en donde el polvo  no sea el jefe, joder, y sólo he estado en un par de pueblos donde el humo me deje transpirar a mi aire, los baños en los que he podido tocar el cubito de agua que hace las labores de cadena sin morirme del jodido asco los cuento con los pulgares de mi mano derecha (no hablo de los baños públicos en las estaciones de bus o tren, ahí no toco nada de nada). Sólo espero que a mi regidor no se le peguen las costumbres indias o perroflauteras, que siga tratándome así de bien, no quiero verme pisando baños asquerosos sin mis inseparables sandalias”.

“Mariconadas”. Esa es la palabra que más veces se ha pasado por la cabeza del Olfato. “¿De qué cojones se quejan mis compañeros si viven en la gloria? Les cambiaba el puesto ya mismo”. El Olfato está siendo sin duda alguna al que le ha tocado un examinador más cabrón. Primero le metía piedrecitas negras y pegajosas en las fosas nasales, después, por el poco espacio que le quedaba en los orificios, le hacía respirar humo añejo de taxi, de autobús, de scooter. Más tarde le preparaba montañitas de basura, las prendía y le hacía pasar por encima de la densa humareda blanca. Después recolectaba cacotas de vaca, recientitas, calientes, del tamaño de una alcantarilla y minaba las aceras de las calles. Le arrojaba enormes nubes de polvo que ninguna mascarilla era capaz de evitar. Por último le hizo pasar una noche  de tren rodeado de pedos, eructos y calcetines con halitosis. Por fin, y por suerte, en los pueblos costeros y en las ruinas arqueológicas el Olfato ha podido relajarse levemente, sólo levemente. Aunque su examinador, ocioso la mayoría del tiempo en la playa o de templo en templo, no le ha dado tanto la lata, podía sorprenderle en cualquier doblar de esquina, en cualquier desagüe, en cualquier vaca con diarrea.    

Y ahora le toca al Gusto, ¿qué decir del Gusto, del Adalid de los Cinco Sentidos? Aquí descubro que me vuelvo a quedar en blanco.










domingo, 13 de noviembre de 2011

Nefastus Day Before India

Kuala Lumpur. 19:23.

Toca decir adiós. Toca despedirse del Sudeste Asiático, dejar atrás ocho meses de mudanza continua. Es la hora de empezar a alejarse de los platos tailandeses, de los corazones camboyanos, de las batallas vietnamitas, del arroz pegajoso de Laos, de la comodidad malaya, de las islas indonesias y del buceo filipino. En menos de 24 horas estaremos en la India y un esperanzador horizonte se dibuja ante nosotros. Nos morimos de ganas de empezar esta segunda aventura. Sentimos que el viaje empieza otra vez, que acabamos de salir de casa y que tenemos la mochila de nuevo cargada hasta los topes de ilusión.

Los últimos días en Kuala Lumpur vienen precedidos de nuestro 'nefastus día' particular. Llegar aquí fue una odisea, un cúmulo de mala suerte debida a una relajación excesiva, fue un día de gastos propiciados por nuestros propios despistes, fue un día largo, muy largo, más de 20 horas despiertos de putada en putada. Empezamos a las seis de la mañana, cuando el sol se intuía pero aún no aparecía. Volábamos a las 11 de la mañana y quién nos iba a decir a nosotros que despertarnos a las seis de la mañana no sería sufieciente. A pesar de las cinco horas que habíamos destinado para prepararnos, desayunar y llegar al aropuerto, el transporte terrestre en Manila te depara muchas sorpresas. Ya montados en el autobús, después de haber cogido un taxi que parecía no salir de un atasco cuando ya estaba dentro de otro, nos dimos cuenta de que no tendríamos tiempo para llegar al aeropuerto. Nos habían malinformado del tiempo que se tardaba en llegar, así que tuvimos que bajarnos del bus y agarrar un taxi que nos llevara más rápido y que nos clavara más de lo que habíamos pagado por los billetes de avión. No eran tres horas, sino cinco, por lo que aun volando con el taxi, perdimos el vuelo, perdimos la mañana, perdimos una pastaza en los nuevos billetes, perdimos la tarde en ir al otro aeropuerto de Manila y perdimos los nervios viendo como el nuevo vuelo no paraba de retrasarse. Todo por confiar ciegamente en los consejos de la segura recepcionista de nuestra pensión y por no comprobar como capullos la veracidad de sus sentencias. Al final llegamos a Kuala Lumpur a las tres y media de la mañana, con la cartera destrozada tanto como nuestros espíritus. Lo mejor que podíamos hacer era dormir, y así hicimos, y así hemos hecho hasta el día de hoy. Inactividad total. Despertarse, bajar a desayunar, dormir, bajar a comer, dormir, cenar, dormir, alguna que otra carrera aislada por el parque y poco más.

Mañana volamos a las 11:00. Esperamos que esta vez todo salga bien y podamos estar en Mumbai a las 14:00, que podamos empezar a descubrir todas las maravillas indias de las que todo el mundo habla. Dejamos atrás ocho meses inolvidables. Nuestras mochilas pesan mucho menos, pero nuestras experiencias y vivencias pesan una barbaridad. Esperemos seguir perdiendo peso material y ganándolo espiritualmente.


El Gepe Ese del Sudeste Asiático ya no cambiará más, así se queda. Ahora le toca el turno al Gepe Ese Indio.
 

Os queremos. 



domingo, 6 de noviembre de 2011

Pesadilla en Malapascua

Hace algunos días leímos en un periódico español que la mujer del bigotitos, de José Mari, del MEJOR presidente que ha tenido España en su historia, del que más abdominales y pelazo tiene, se iba a convertir en próxima y primera ALCALDESA  de Madrid... ¡casi nada! Desde ese día han sido muchas las pesadillas que nos han sorprendido noche tras noche. Brujas, fantasmas, piratas, botines de oro, antiguas reliquias, crucifijos, fórmulas, pócimas, sufrimiento y maldad estaban continuamente fastidiándonos la noche. De tal intensidad eran las pesadillas que poco a poco nos forzamos a no dormir, teníamos auténtico pánico a la oscuridad, a vernos atrapados en bosques oscuros y ciudades negras, poco a poco nos convertimos en sonámbulos y empezamos a dormitar durante el día, en parques, en playas, en montañas. Intentábamos cambiar de lugar continuamente para dejar atrás la pesadilla, para que no nos persiguiera más... aun así, ELLA seguía manifestándose. La última vez  se presentó con una fuerza brutal mientras dormíamos en la playa de Malapascua (Filipinas), Ana se personó de nuevo, vestida de bruja, muy bien peinada, con su bigotitos en el hombro y su cesta de fruta bajo el brazo. Pensamos que quizá contándoos la pesadilla, nunca más se vuelva a repetir.

Un miedoso beso desde Manila... ojalá esta noche durmamos tranquilos.