Vuelo plácido; ni meneos ni estrecheces. Air Asia, la compañía aérea de bajo coste que opera a este lado del mundo, es un lujazo en comparación con las europeas RyanAir-le-echo-cinco-eurillos-al-depósito-y-hago-un-Londres-San-Petersburgo-sin-ningún-reparo o Easy-Jet-tengo-asientos-diminutos-más-duros-que-en-los-coches-de-choque-de-la-feria-de-Utrera.
Salimos de Vientiane (Laos) cuando ya aterdecía, así que cuando estábamos intentando encontrar una pensión decente en Kuala Lumpur (Malasia) ya era noche profunda y por las calles sólo deambualaba lo mejor de cada portal. Acabamos en el zulo de un hostal cutre y maloliente. Tenue, sórdido y de mala muerte. Le queremos dar las gracias a los dos personajes (una yanki y un turco) que nos lo recomendaron por su pulcritud y tranquilidad. ¡Hay gente para todo! Único punto a favor, su localización: en el centro a pocos kilómetros de lo más interesante de la megaciudad.
A la mañana siguiente salimos del hostal con el rabo entre las piernas. La noche fue amena. Entre olores, ratones y clubes de cinéfilos bollywoodienses no tuvimos el descanso que se espera tras un día de viaje. Con la luz del sol todo se transforma y lo que por la noche parecía una perrera flanqueada de ajados edificios se convirtió en un hervidero positivo de colores e idiomas. Encontramos una pensión de lujo a pocos metros. Algo más barata y muchísimo más limpia y familiar. Nada de hedores, ni roedores, ni cinéfilos.
La energía de las calles de la capital malaya, inundada de gente variopinta nos sacudió de un zarpazo el sosiego laosiano. Turbantes, pañuelos, burkas, vaqueros, tilaks, zapatillas de imitación y thanakh parecían fundirse en una pacífica ebullición. Pasamos las primeras horas dentro del torbellino del barrio chino. De lado a lado, sin saber muy bien dónde terminaríamos, ni cómo, ni cuándo. La víspera nos llevó a las alturas. Las torres Petronas, que acarician el cielo con sus más de cuatrocientos metros, me trajeron recuerdos de las desaparecidas torres gemelas de Nueva York. Volví a ver gente tumbada boca arriba en el suelo, con la cámara de fotos entre las manos, intentando conseguir un plano total de los dos edificios. Son espectaculares y consiguen encerrar a un montonazo de currelas en su interior. Economía espacial asegurada. Acojone al por mayor: me imaginé tener que trabajar allí día tras día y por el estómago me corrió el mismo gusanillo que me corrió cuando estaba a punto de saltar al vacio desde 60 metros atado a una cuerda. La modernidad y sus excesos no se ponen límites de altura.
La mañana del segundo día la perdimos comprando el billete que nos llevará mañana a la jungla tropical más antigua del mundo. Conservada intacta desde hace 130 millones de años, Taman Negara, debe ser un criadero tremendo de vida salvaje y arbórea. Aparentemente podremos ver serpientes, elefantes, jabalíes, leopardos… ya os haremos el resumen, quizá no veamos un mojón, quizá veamos muchos... ojalá que así sea. Por la tarde paseamos por la ciudad, como acostumbramos a hacer, sin rumbo fijo, vimos edificios coloniales, barrios indios animados por música atronadora y caldeados por sus empanadas de pollo al curry y por el humo de los autobuses úrbanos. Nos adentramos en el aseado mercado central. No tienen olores ni colores especiales. Huele a billetes y monedas y está perfectamente decorado. Echamos de menos el pescado sin hielo, la carne atizada con varas de bambú con moscas huidizas revoloteando al acecho, los mangos con agujeritos y las dependientes parlanchinas, el agua oscura resbalando por nuestras chanclas... Le falta carisma, ya no tiene la esencia pura de los mercados de Camboya, ni el reñido regateo de los vietnamitas, ni la gracia ni el calor de los laosianos. Precioso en el exterior, precioso en el interior, pero carente de diversión.
De noche volvimos a ver las Petronas, está vez iluminadas por luz artificial. En su base conocimos a unos irakíes que trabajan para Petronas y que no hacían más que recordarnos que en Dubai hay otro edificio que dobla en altura a las colosales gemelas malayas. Al mirar hacia arriba sus caras mostraban una enorme fascinación; para ellos esto es arte con letras mayúsculas. El escote de Isabel era lo único que podía hacer que agacharan la cabeza -otra obra de arte, pensarían-. Todos querían hacerse fotos con ella mientras ella aguantaba el tirón como una campeona: “hoy mismo se la mando a mi madre y le enseño la amiga que me he echado”, decía uno de ellos. También bajaron la vista para hablar de fútbol -of course-. Da pena comprobar cómo los dos equipos más grandes de España, esos que son conocidos vayas donde vayas, se comparan en la actualidad al mítico Tyson contra Holyfield o al Caneda versus Jesús Gil. “En Irak hay mucha gente del Barsa y mucha del Madrid, y al igual que pasa en sus partidos, siempre están peleándose”. Que pena de ejemplo que están dando al mundo los mejores pagados de España. Menos mal que uno de ellos se acordó del mundial y dejó de hablar de cómo se lían a hostias madridistas y barcelonistas. Vergüenza.
De vuelta a nuestro barrio chino vimos una de las zonas de marcha de la movida nocturna. Benidorm a lo moderno, el Torroles del futuro, los precios a la altura del nonagésimo piso de las Petronas, nuestros gaznates secos secos.
Y hoy para terminar nuestra primera visita a Kuala Lumpur, nos hemos tirado todo el día en el Parque del Lago y en sus alrededores. Un poco de deporte, unos cuantos animalitos enjaulados, con las piernas más finas que las de Kate Moss, visita al interior de la Mezquita Nacional, en la que nos hemos vestido de Jedi para ocultar nuestras piernas, brazos, e incluso cabeza -esto sólo para nuestra Isabel querida-, y en donde hemos conocido a un pseudo imán con el que hemos conversado acerca de las bondades del islam. Era de dialogar amable y plácido. Nos ha dicho lo maravilloso que es ser musulmán, “el Corán es la verdad”, ha dicho con la boca bien llena. Nos ha informado que para el islam todos somos iguales, todos respetables, queridos por Alá, sin importar ni color, ni edad, ni país de origen, “rezamos hombro con hombro para que no se cuele el demonio entre medias, da igual de dónde vengas ni cómo seas... entras a rezar, saludas con el salamelecom y eres bienvenido”. Cuando ha llegado el momento de despedirnos le he dado la mano y las gracias. Cuando Isa iba a hacer lo mismo ha dicho: “no, lo siento, a tí, mujer, no te puedo tocar”. “El Corán es la verdad”. Otra religión que se contradice. Todos somos iguales ante Alá, mis cojones... ni eso, que uno me cuelga más que otro.
Mañana toca expedición al pasado, retrocedemos 130 millones de años para adentrarnos en la jungla tropical. Después nos iremos una semana a relajarnos de tanto estrés a una de las islas malayas.
Hasta la vista, holgazanes.