domingo, 28 de agosto de 2011

K de Kuala, L de Lumpur

Vuelo plácido; ni meneos ni estrecheces. Air Asia, la compañía aérea de bajo coste que opera a este lado del mundo, es un lujazo en comparación con las europeas RyanAir-le-echo-cinco-eurillos-al-depósito-y-hago-un-Londres-San-Petersburgo-sin-ningún-reparo o Easy-Jet-tengo-asientos-diminutos-más-duros-que-en-los-coches-de-choque-de-la-feria-de-Utrera.

Salimos de Vientiane (Laos) cuando ya aterdecía, así que cuando estábamos intentando encontrar una pensión decente en Kuala Lumpur (Malasia) ya era noche profunda y por las calles sólo deambualaba lo mejor de cada portal. Acabamos en el zulo de un hostal cutre y maloliente. Tenue, sórdido y de mala muerte. Le queremos dar las gracias a los dos personajes (una yanki y un turco) que nos lo recomendaron por su pulcritud y tranquilidad. ¡Hay gente para todo! Único punto a favor, su localización: en el centro a pocos kilómetros de lo más interesante de la megaciudad.


A la mañana siguiente salimos del hostal con el rabo entre las piernas. La noche fue amena. Entre olores, ratones y clubes de cinéfilos bollywoodienses no tuvimos el descanso que se espera tras un día de viaje. Con la luz del sol todo se transforma y lo que por la noche parecía una perrera flanqueada de ajados edificios se convirtió en un hervidero positivo de colores e idiomas. Encontramos una pensión de lujo a pocos metros. Algo más barata y muchísimo más limpia y familiar. Nada de hedores, ni roedores, ni cinéfilos.


La energía de las calles de la capital malaya, inundada de gente variopinta nos sacudió de un zarpazo el sosiego laosiano. Turbantes, pañuelos, burkas, vaqueros, tilaks, zapatillas de imitación y thanakh parecían fundirse en una pacífica ebullición. Pasamos las primeras horas dentro del torbellino del barrio chino. De lado a lado, sin saber muy bien dónde terminaríamos, ni cómo, ni cuándo. La víspera nos llevó a las alturas. Las torres Petronas, que acarician el cielo con sus más de cuatrocientos metros, me trajeron recuerdos de las desaparecidas torres gemelas de Nueva York. Volví a ver gente tumbada boca arriba en el suelo, con la cámara de fotos entre las manos, intentando conseguir un plano total de los dos edificios. Son espectaculares y consiguen encerrar a un montonazo de currelas en su interior. Economía espacial asegurada. Acojone al por mayor: me imaginé tener que trabajar allí día tras día y por el estómago me corrió el mismo gusanillo que me corrió cuando estaba a punto de saltar al vacio desde 60 metros atado a una cuerda. La modernidad y sus excesos no se ponen límites de altura.



La mañana del segundo día la perdimos comprando el billete que nos llevará mañana a la jungla tropical más antigua del mundo. Conservada intacta desde hace 130 millones de años, Taman Negara, debe ser un criadero tremendo de vida salvaje y arbórea. Aparentemente podremos ver serpientes, elefantes, jabalíes, leopardos… ya os haremos el resumen, quizá no veamos un mojón, quizá veamos muchos... ojalá que así sea. Por la tarde paseamos por la ciudad, como acostumbramos a hacer, sin rumbo fijo, vimos edificios coloniales, barrios indios animados por música atronadora y caldeados por sus empanadas de pollo al curry y por el humo de los autobuses úrbanos. Nos adentramos en el aseado mercado central. No tienen olores ni colores especiales. Huele a billetes y monedas y está perfectamente decorado. Echamos de menos el pescado sin hielo, la carne atizada con varas de bambú con moscas huidizas revoloteando al acecho, los mangos con agujeritos y las dependientes parlanchinas, el agua oscura resbalando por nuestras chanclas... Le falta carisma, ya no tiene la esencia pura de los mercados de Camboya, ni el reñido regateo de los vietnamitas, ni la gracia ni el calor de los laosianos. Precioso en el exterior, precioso en el interior, pero carente de diversión.


De noche volvimos a ver las Petronas, está vez iluminadas por luz artificial. En su base conocimos a unos irakíes que trabajan para Petronas y que no hacían más que recordarnos que en Dubai hay otro edificio que dobla en altura a las colosales gemelas malayas. Al mirar hacia arriba sus caras mostraban una enorme fascinación; para ellos esto es arte con letras mayúsculas. El escote de Isabel era lo único que podía hacer que agacharan la cabeza -otra obra de arte, pensarían-. Todos querían hacerse fotos con ella mientras ella aguantaba el tirón como una campeona: “hoy mismo se la mando a mi madre y le enseño la amiga que me he echado”, decía uno de ellos. También bajaron la vista para hablar de fútbol -of course-. Da pena comprobar cómo los dos equipos más grandes de España, esos que son conocidos vayas donde vayas, se comparan en la actualidad al mítico Tyson contra Holyfield o al Caneda versus Jesús Gil. “En Irak hay mucha gente del Barsa y mucha del Madrid, y al igual que pasa en sus partidos, siempre están peleándose”. Que pena de ejemplo que están dando al mundo los mejores pagados de España. Menos mal que uno de ellos se acordó del mundial y dejó de hablar de cómo se lían a hostias madridistas y barcelonistas. Vergüenza.


De vuelta a nuestro barrio chino vimos una de las zonas de marcha de la movida nocturna. Benidorm a lo moderno, el Torroles del futuro, los precios a la altura del nonagésimo piso de las Petronas, nuestros gaznates secos secos.


Y hoy para terminar nuestra primera visita a Kuala Lumpur, nos hemos tirado todo el día en el Parque del Lago y en sus alrededores. Un poco de deporte, unos cuantos animalitos enjaulados, con las piernas más finas que las de Kate Moss, visita al interior de la Mezquita Nacional, en la que nos hemos vestido de Jedi para ocultar nuestras piernas, brazos, e incluso cabeza -esto sólo para nuestra Isabel querida-, y en donde hemos conocido a un pseudo imán con el que hemos conversado acerca de las bondades del islam. Era de dialogar amable y plácido. Nos ha dicho lo maravilloso que es ser musulmán, “el Corán es la verdad”, ha dicho con la boca bien llena. Nos ha informado que para el islam todos somos iguales, todos respetables, queridos por Alá, sin importar ni color, ni edad, ni país de origen, “rezamos hombro con hombro para que no se cuele el demonio entre medias, da igual de dónde vengas ni cómo seas... entras a rezar, saludas con el salamelecom y eres bienvenido”. Cuando ha llegado el momento de despedirnos le he dado la mano y las gracias. Cuando Isa iba a hacer lo mismo ha dicho: “no, lo siento, a tí, mujer, no te puedo tocar”. “El Corán es la verdad”. Otra religión que se contradice. Todos somos iguales ante Alá, mis cojones... ni eso, que uno me cuelga más que otro.


Mañana toca expedición al pasado, retrocedemos 130 millones de años para adentrarnos en la jungla tropical. Después nos iremos una semana a relajarnos de tanto estrés a una de las islas malayas.


Hasta la vista, holgazanes.


jueves, 25 de agosto de 2011

Últimas horas en Laos

Los días en la antigua Indochina llegan a su fin. Han sido casi cuatro meses danzando por Camboya, Vietnam y Laos. Hemos vivido momentos inolvidables, hemos conocido gente maravillosa y lo hemos pasado como niños chicos. Nos marchamos con la sensación de dejar atrás un lugar querido al que seguro volveremos. Ahora toca pasar página, tenemos una tremenda ilusión por la nueva etapa en la que nos adentramos dentro de nuestro viaje. La llegada a Australia está cada vez más cerca, aunque aún nos quedan un par de meses para disfrutar de Malasia, Singapur e Indonesia. Una vez hayamos visto sus ídilicas playas y sus junglas y hayamos probado todos los platos que se nos crucen por delante pondremos rumbo a nuestras antípodas. Hemos calculado que será a mediados de octubre cuando pongamos pie en Darwin, desde allí volaremos dirección sur; todavía está por ver si iremos primero a Melbourne, a Sydney o a Brisbane... el precio del billete de avión será clave en la decisión. Tenemos la navidad playera en el punto de mira.


Estas últimas horas las estamos viviendo con gran intesidad: viajes en moto por rocosos parajes y psicodélicos lagos que albergan árboles moribundos, trayectos de autobús ardientes e interminables, litros de cerveza fresca fresca, deliciosa y picante comida india y demás distracciones nos están dando la despedida de la mejor manera posible. Dentro de un par de horas cogeremos el último tuk tuk laosiano que nos llevará al aeropuerto. Desde allí estaremos a menos de cinco de horas de Kuala Luampur.

Os mantendremos informados, gandules.


jueves, 18 de agosto de 2011

Entre Luang Prabang, Phonsavan y Vang Vieng... con el papa entre ceja y ceja.


Casi han pasado 10 días desde mi última entrada. La relajación a la que somete la cultura laosiana es como un balneario de plácidas aguas que te lleve en busca del nirvana. Esto, unido al placer de leer a Murakami, me han sumido en un estado de hibernación celestial. Han sido días de trayectos por lugares familiarmente desconocidos. Nunca habíamos pasado por estos lares, ni habíamos recorrido las curveadas carreteras de estas regiones, pero los paisajes nos son más que conocidos: campos de arroz, boscosas montañas, barrizales arcillosos... es la misma compañía que hemos tenido desde que saliéramos de Vietnam. 

 


Laos se nos está descubriendo como un país muy sanote. Come bien, hace mucho deporte, no se olvida de recuperar sales minerales a base de cerveza fresca y se acuesta muy prontito. Una de sus ciudades turísticas por excelencia, Luang Prabang, se presentó como “la ciudad de los templos”. Nosotros no entramos a ninguno. Llevamos cinco meses de visita por los alrededores y a estas alturas los templos no son ni siquiera una tentación para nuestra cámara de fotos. Tenía razón papá Serrano al afirmar que parecen sacados de Walt Disney -nunca he estado en un Disney World, pero me imagino que será algo parecido, con algo más de gastronomía y consumismo proamericanos-. Tantos coloritos, muñequitos mal hechos, budas dorados que te hacen dudar si el Buda representado es hombre, mujer o ladyboy, monjes risueños, perros malhumorados y tanta hucha de metraquilato acaban por provocar un total desinterés que casi produce aborrecimiento.


Hablando de aborrecimiento. No estoy en Madrid para manifestarme en persona en contra de la visita del abuelete ese de blanco al que supuestamente más de un millón de humanoides van a ir a dorar la píldora -o mejor dicho, la viagra-, pero me encantaría incluir en esta entrada algunas líneas acerca del vacío cerebral que sufren algunos en relación a la cultura de los ídolos religiosos. ¿Cómo puede ser que un tipo que vive en un cuento de hadas llene plazas, aeropuertos y haga que algunos dejen hasta de ver Amar en tiempos revueltos? ¿Cómo puede ser que este mismo mandamás tenga familiares relacionados con casos de pederastia, provenga de un país en el que en alguna ocasión se usa el catolicismo para toquetear pueriles enterpiernas y culos sin formar, y aun así tenga delante a un millón de personas que no sólo escuchan las mentiras que dice, sino que además se las creen a pies juntillas? Algunos pensaran que la pederastia en el seno de las escuelas católicas, a nivel internacional, es algo insignificante, no es para tanto, que son casos aislados, que casi nunca ocurren... Decir que casi nunca ocurren quiere decir que ocurren. Lo peor de todo es que han ocurrido, estarán ocurriendo ahora mismo y ocurrirán en breve. Aun así, los fanáticos religiosos van a lamerle el suelo por el que pisa y a santiguarse con agua sagrada del Canal de Isabel II mientras el hermanito y sus secuaces siguen toqueteando a algún chiquillo que desafina en el coro de la catedral de Ratisbona. Es su forma de afirmar que están de acuerdo con su iglesia, esa misma que les guía inmaculadamente por un camino lleno de peligros peligrosísimos y que les dará la salvación cuando ya no tengan nada que salvar, esa misma que se calla ante genocidios o que despilfarra en oro, esa misma que se corroe más y más con cada segundo que transcurre. El papa es la cabeza de esta vil organización y a pesar de ello se corta el centro de una ciudad para que llene de gilipolleces las cabezas de peregrinos borregos con gorras, camisetas y mochilas diseñadas para la ocasión. Y encima lees en periódicos que es bueno para la ciudad y para sus habitantes. ¿Cómo que es bueno? ¿Es que acaso cuando se marche el señor este los madrileños van a ir a recoger un cheque al banco en el ponga... gracias a la visita del papa usted ha ganado no sé cuántos euros? Ya vale de sandeces... país laico mis cojones.


Bueno, tras este breve inciso religioso, voy a continuar contando qué estamos haciendo por aquí. Lo más destacado de Luang Prabang fueron unas bonitas cataratas que estaban a unos cuarenta kilómetros de la ciudad. Acompañados por dos catalanes, un madrileño y un sevillano (el mismo que me regaló el libro de Murakami) nos metimos en un tuk tuk y nos preparamos para los saltos acuáticos desde un árbol, utilizando una liana al estilo Tarzán. De camino al lugar, el conductor hizo todo lo posible para atropellar a una serpiente. Pensábamos que el volantazo se debía a que estaba intentando evitarla, pero nada de eso, su objetivo era claro: hacer la compra. Tras el volantazo se bajó raudo, cogió a la serpiente por detrás y, como si de un látigo se tratara, le reventó la cabeza contra el asfalto. Acto seguido, la metió en una bolsa de plástico y declaró emocionado: “ésta para la cena”. Sabemos que estaba deliciosa porque al día siguiente el mismo conductor nos lo confirmó. Gracias a tal evento se ganó el nombramiento de personaje destacado de la semana. Nosotros, por nuestra parte, y tras la actividad acuática, nos hinchamos a carnaza a la parrilla, a verduras y a birras.


Nuestro próximo destino fue Phonsavan, un pueblo con un toque de película de vaqueros que hizo de base para explorar una misteriosa llanura de jarrones milenarios. No se sabe muy bien cómo llegaron los jarrones, ni quién los colocó -a lo mejor fue un papa-, ni para qué servían, de ahí que el sitio se haya convertido en el reclamo misterioso del turismo laosiano. Iker Jiménez echaría un rato muy bueno aquí, estaría encantado formulando maravillosas hipótesis sobre el tema. Para darle más emoción hay una gruta que servía de refugio durante los bombardeos de la guerra del Vietnam. Son numerosos los cráteres producidos por las bombas. Parece como si los alrededores de la gruta fueran el lugar elegido por gigantes para su partida de canicas. Las jarras, la cueva, los cráteres y las trincheras de guerra hacen que sientas cosquillas en el estómago, llenan de misticismo el lugar. Los verdes prados y el suave contorno de las montañas lejanas dan a la llanura el decorado perfecto.
 











Tras Phonsavan llegó Vang Vieng. Aquí la gente viene principalmente a hacer tubing. Esta interesante y lúdica práctica consiste en descender por el río, montado en un neumático mientras te hinchas a cervezas, cubatas y demás productos festivos en los bares que se han instalado en ambas riberas. Dado el carácter de la actividad, el sitio está lleno de jóvenes mochileros con ganas de marcha. Nosotros decidimos que, en lugar de alquilar un neumático, alquilaríamos una canoa y pasamos un día entero dándole al remo. Hicimos 17 kilómetros, visitamos un par de cuevas, una de ellas acuática, comimos arroz frito y nos tomamos un par de birras en uno de los garitos fluviales.


El pueblo está en un paraje fascinante. Rodeado de altos riscos es un lugar ideal para realizar todo tipo de actividades deportivas. Puedes hacer bicicleta de montaña, senderismo, pesca, escalada, etcétera. Isabel se ha pasado la mañana trepando paredes, mientras yo corría entre jóvenes pescadores de arrozal.




Mañana, o pasado -todavía está por decidir- pondremos rumbo sur y llegaremos a la capital, Vientiane. No tenemos muchas referencias, pero nos han dicho que te puedes comer unos solomillos cojonudos.


Padres y madres, cuidado con vuestros hijos que el Lobo y su manada andan cerca...  esta vez no vende caramelos en la puerta del colegio, esta vez va vestido de blanco y lo pasean en un cochecito de juguete.


martes, 9 de agosto de 2011

De Huayxai a Luang Prabang en barco lento

Descender el Mekong montado en un barco lento durante dos días te ofrece diversas actividades. Puedes observar la increíble vista: riberas semiboscosas resguardadas por suaves montañas, pequeños campos de arroz de vez en cuando, un par de templos y algún que otro diminuto poblado camuflado entre los árboles.

Es muy recomendable convencer al capitán para que te deje subir a la proa del barco durante un tiempo y beberte allí una birra fresca disfrutando del Mekong sin cortinas enrolladas, ni barras, ni cabezas de turistas.

Otras atracciones son: la lectura, dispones de tanto tiempo que cualquier libro es pequeño; las cervezas en la parte trasera del barco, rodeado de viajeros con ganas de cháchara; y los paseos al baño.

Al ser un viaje de dos días, haces una parada obligada en el pequeño, pero matón, pueblo de Pak Beng. Parece muy  inocente cuando llegas, pero esconde una doble cara. A los diez minutos ya te han ofrecido de todo. Lo remoto del lugar y la escasez de policía han dado vía libre a demasiado "camelleo".

A pesar de ser tan pequeño tiene un número desmesurado de hoteles y pensiones, un número razonable de restaurantes y un número nulo de garitos con música.



En el segundo día puedes disfrutar de las mismas atracciones que en el primero durante otras ocho horas más, y además tienes la ventaja de que llegas a Luang Prabang, destino final del trayecto.







El viaje cuesta 220.000 kips (comprándolo directamente en el embarcadero) y sale alrededor de las 11:30 de la mañana. Puedes llegar al embarcadero desde el centro de Huayxai, caminando -15 minutos-, o en tuk tuk -tres minutos- por 5.000 kips. En las agencias de viajes sale alrededor de 40.000 kips más caro.

 

Ahora nos quedaremos unos días en Luang Prabang. Todavía no tenemos muy claro dónde iremos después.



Yes, we jarl!

   

sábado, 6 de agosto de 2011

Los gusanos hervidos saben a patata

Eran las 12 del mediodía cuando llegamos a Luang Namtha. Una negra cagada de paloma que cayó directa sobre el cuello de mi camiseta me dio cordialmente la bienvenida mientras mantenía la cotidiana conversación con el conductor del tuk-tuk que nos llevaría de la estación al pueblo:

- Hola, ¿qué tal?- le saludé.
- Hola... al pueblo son 10.000 kips.
- ¿10.000 kips, tan lejos estamos, my friend?- repliqué con tono regateador.
- Sí, a 10 kilómetros... 'hostia, te acaba de cagar una paloma en el cuello!... eh, eh, chicos, chicos -dijo llamando la atención a sus colegas- que al guiri le ha cagao una paloma en el cuello... ji ji ji, ji ji ji. 

Después de las chanzas, llegamos al pueblo y nos metimos en el que ha sido nuestro hotel con spa, piscina y gimnasio.

Nos hemos pegado cuatro días de recuperación vital. Veníamos de Vietnam cargados de energía; fue un mes de no parar de moverse. Ya nos merecíamos disfrutar de la calma... y dónde mejor que en este pueblecillo de Laos. Recorriendo sus caminos a pie y en bici, disfrutando del la piscina y del spa gratuitos -llámense cataratas-, bebiendo algo de beerlao con un bocatita de huevos con salchichas en mano y acostándose a las 22:00 de la noche, se levanta uno como nuevo al día siguiente... y todo esto sin ruido.

El pueblo de noche está muerto y de día está convaleciente. No tiene numerosos atractivos, pero sus alrededores merecen la pena. El centro tiene un un par de mercados con fruta,  verduras, cerveza fresca y carne a la parrilla. Ah... y unos cuantos centros de eco-turismo, que te cobran una pasta por hacer lo que llaman un “eco-trekking” o un "eco-kayaking" o un "eco-tesajolacartera"... ¡no son nadie los del eco-turismo! Los alrededores están ocupados por pequeñas comunidades de entrañables personas: algunos chavalillos nos han enseñado técnicas de pesca en los canales de irrigación de los campos de arroz, hemos visto la peluquería de Marcial y hemos aprendido cómo se saca la seda de los capullos de los gusanos.... y ya de paso hemos degustado los gusanos hervidos -se puede ver a uno de ellos flotando en el agua de la perola... ¡cómo si no hubiéramos tenido sufienciente con los fritos!-.


Dos canadienses, Jeff e Isabelle, nos han acompañado en nuestro recorrido. Los conocimos en el bus que nos trajo hasta Laos, y nada más ver la cara del colega mientras se plancha en el autobús, quedamos encantados con su compañía. 

 



Por cierto, ya tenemos billete de avión... el día 25 de agosto volaremos a Kuala Lumpur.

Por delante nos quedan 20 días en Laos... os mantendremos informados.


¡Gandules!




lunes, 1 de agosto de 2011

Frontera entre Vietnam y Laos en autobús, de Dien Bien Phu a Oudomxai.

En el mapa parece poca cosa, parece como si desde Vietnam fueras a estar en Laos en menos de tres horas. Para google maps son 195 km y 2h 45min. La realidad es bien distinta.

Entre que el minibús sale con la hora de retraso de rigor de la estación de Dien Bien Phu, que los policías fronterizos -aparte de sacacuartos- son más lentos que el caballo del malo, y que las carreteras que unen la frontera de Laos con el primero de sus pueblos con cajero automático (Oudomxai) no son carreteras sino caminos de piedras en obras, la duración total del viaje fue de más de 14 horas. Si además sumamos que a la mitad de los ocho mochileros que cruzaron la frontera los desplumaron por completo -por suerte no nos tocó a nosotros-, el cruce de países se puede considerar bastante entretenido.

Necesitamos un minibús de Dien Bien Phu a Muang Khua, una barquita para cruzar un caudoloso río, un tuk-tuk para llegar a la estación de Muang Xai y otro minibus para llegar a Oudomxai. Las vistas inmejorables y los fuertes chupitos de licor de arroz con los que nos recibieron en el primer bar de camino laosiano hacen del trayecto una experiencia única para todos los sentidos. Cruzar un bravo y turbio arroyo montado en el minibús, comprobando que se inunda por dentro, tanto de agua como de humo del motor, también le da un plus de emoción al asunto.

En definitiva, el cruce de fronteras por tierra es 100% recomendable.  


PD: Quizá no todos los viajeros opinen lo mismo.