Casi han pasado 10 días desde mi última entrada. La relajación a la que somete la cultura laosiana es como un balneario de plácidas aguas que te lleve en busca del nirvana. Esto, unido al placer de leer a Murakami, me han sumido en un estado de hibernación celestial. Han sido días de trayectos por lugares familiarmente desconocidos. Nunca habíamos pasado por estos lares, ni habíamos recorrido las curveadas carreteras de estas regiones, pero los paisajes nos son más que conocidos: campos de arroz, boscosas montañas, barrizales arcillosos... es la misma compañía que hemos tenido desde que saliéramos de Vietnam.
Laos se nos está descubriendo como un país muy sanote. Come bien, hace mucho deporte, no se olvida de recuperar sales minerales a base de cerveza fresca y se acuesta muy prontito. Una de sus ciudades turísticas por excelencia, Luang Prabang, se presentó como “la ciudad de los templos”. Nosotros no entramos a ninguno. Llevamos cinco meses de visita por los alrededores y a estas alturas los templos no son ni siquiera una tentación para nuestra cámara de fotos. Tenía razón papá Serrano al afirmar que parecen sacados de Walt Disney -nunca he estado en un Disney World, pero me imagino que será algo parecido, con algo más de gastronomía y consumismo proamericanos-. Tantos coloritos, muñequitos mal hechos, budas dorados que te hacen dudar si el Buda representado es hombre, mujer o ladyboy, monjes risueños, perros malhumorados y tanta hucha de metraquilato acaban por provocar un total desinterés que casi produce aborrecimiento.
Hablando de aborrecimiento. No estoy en Madrid para manifestarme en persona en contra de la visita del abuelete ese de blanco al que supuestamente más de un millón de humanoides van a ir a dorar la píldora -o mejor dicho, la viagra-, pero me encantaría incluir en esta entrada algunas líneas acerca del vacío cerebral que sufren algunos en relación a la cultura de los ídolos religiosos. ¿Cómo puede ser que un tipo que vive en un cuento de hadas llene plazas, aeropuertos y haga que algunos dejen hasta de ver Amar en tiempos revueltos? ¿Cómo puede ser que este mismo mandamás tenga familiares relacionados con casos de pederastia, provenga de un país en el que en alguna ocasión se usa el catolicismo para toquetear pueriles enterpiernas y culos sin formar, y aun así tenga delante a un millón de personas que no sólo escuchan las mentiras que dice, sino que además se las creen a pies juntillas? Algunos pensaran que la pederastia en el seno de las escuelas católicas, a nivel internacional, es algo insignificante, no es para tanto, que son casos aislados, que casi nunca ocurren... Decir que casi nunca ocurren quiere decir que ocurren. Lo peor de todo es que han ocurrido, estarán ocurriendo ahora mismo y ocurrirán en breve. Aun así, los fanáticos religiosos van a lamerle el suelo por el que pisa y a santiguarse con agua sagrada del Canal de Isabel II mientras el hermanito y sus secuaces siguen toqueteando a algún chiquillo que desafina en el coro de la catedral de Ratisbona. Es su forma de afirmar que están de acuerdo con su iglesia, esa misma que les guía inmaculadamente por un camino lleno de peligros peligrosísimos y que les dará la salvación cuando ya no tengan nada que salvar, esa misma que se calla ante genocidios o que despilfarra en oro, esa misma que se corroe más y más con cada segundo que transcurre. El papa es la cabeza de esta vil organización y a pesar de ello se corta el centro de una ciudad para que llene de gilipolleces las cabezas de peregrinos borregos con gorras, camisetas y mochilas diseñadas para la ocasión. Y encima lees en periódicos que es bueno para la ciudad y para sus habitantes. ¿Cómo que es bueno? ¿Es que acaso cuando se marche el señor este los madrileños van a ir a recoger un cheque al banco en el ponga... gracias a la visita del papa usted ha ganado no sé cuántos euros? Ya vale de sandeces... país laico mis cojones.
Bueno, tras este breve inciso religioso, voy a continuar contando qué estamos haciendo por aquí. Lo más destacado de Luang Prabang fueron unas bonitas cataratas que estaban a unos cuarenta kilómetros de la ciudad. Acompañados por dos catalanes, un madrileño y un sevillano (el mismo que me regaló el libro de Murakami) nos metimos en un tuk tuk y nos preparamos para los saltos acuáticos desde un árbol, utilizando una liana al estilo Tarzán. De camino al lugar, el conductor hizo todo lo posible para atropellar a una serpiente. Pensábamos que el volantazo se debía a que estaba intentando evitarla, pero nada de eso, su objetivo era claro: hacer la compra. Tras el volantazo se bajó raudo, cogió a la serpiente por detrás y, como si de un látigo se tratara, le reventó la cabeza contra el asfalto. Acto seguido, la metió en una bolsa de plástico y declaró emocionado: “ésta para la cena”. Sabemos que estaba deliciosa porque al día siguiente el mismo conductor nos lo confirmó. Gracias a tal evento se ganó el nombramiento de personaje destacado de la semana. Nosotros, por nuestra parte, y tras la actividad acuática, nos hinchamos a carnaza a la parrilla, a verduras y a birras.
Nuestro próximo destino fue Phonsavan, un pueblo con un toque de película de vaqueros que hizo de base para explorar una misteriosa llanura de jarrones milenarios. No se sabe muy bien cómo llegaron los jarrones, ni quién los colocó -a lo mejor fue un papa-, ni para qué servían, de ahí que el sitio se haya convertido en el reclamo misterioso del turismo laosiano. Iker Jiménez echaría un rato muy bueno aquí, estaría encantado formulando maravillosas hipótesis sobre el tema. Para darle más emoción hay una gruta que servía de refugio durante los bombardeos de la guerra del Vietnam. Son numerosos los cráteres producidos por las bombas. Parece como si los alrededores de la gruta fueran el lugar elegido por gigantes para su partida de canicas. Las jarras, la cueva, los cráteres y las trincheras de guerra hacen que sientas cosquillas en el estómago, llenan de misticismo el lugar. Los verdes prados y el suave contorno de las montañas lejanas dan a la llanura el decorado perfecto.
Tras Phonsavan llegó Vang Vieng. Aquí la gente viene principalmente a hacer tubing. Esta interesante y lúdica práctica consiste en descender por el río, montado en un neumático mientras te hinchas a cervezas, cubatas y demás productos festivos en los bares que se han instalado en ambas riberas. Dado el carácter de la actividad, el sitio está lleno de jóvenes mochileros con ganas de marcha. Nosotros decidimos que, en lugar de alquilar un neumático, alquilaríamos una canoa y pasamos un día entero dándole al remo. Hicimos 17 kilómetros, visitamos un par de cuevas, una de ellas acuática, comimos arroz frito y nos tomamos un par de birras en uno de los garitos fluviales.
El pueblo está en un paraje fascinante. Rodeado de altos riscos es un lugar ideal para realizar todo tipo de actividades deportivas. Puedes hacer bicicleta de montaña, senderismo, pesca, escalada, etcétera. Isabel se ha pasado la mañana trepando paredes, mientras yo corría entre jóvenes pescadores de arrozal.
Mañana, o pasado -todavía está por decidir- pondremos rumbo sur y llegaremos a la capital, Vientiane. No tenemos muchas referencias, pero nos han dicho que te puedes comer unos solomillos cojonudos.
Padres y madres, cuidado con vuestros hijos que el Lobo y su manada andan cerca... esta vez no vende caramelos en la puerta del colegio, esta vez va vestido de blanco y lo pasean en un cochecito de juguete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario