martes, 13 de diciembre de 2011

Hampi, Hospet, Tirupati, Tirumala, Mamallapuram


6:45. Canta Luz Casal en el despertador y a duras penas desenfundamos los ojos.  Nos esperan más de doce horas de viaje por delante, dirección sureste, desde la histórica Hampi hasta la sagrada Tirupati. Nos tumbaremos en un tren a las 9 de la mañana y no saldremos de él hasta pasadas las 10 de la noche (si se cumplen los horarios previstos).




Otro de los muchos aspectos positivos que tiene Hampi, aparte de su sosiego, de sus gloriosos templos, de sus preciosas callejuelas y de sus afables lugareños, es que está muy bien comunicado con Hospet, ciudad donde se encuentra la estación de tren desde donde empezaremos nuestra ruta. No es ni una hora de viaje en bus o en ricksaw, pero hay tiempo suficiente para el entretenimiento cotidiano, para ver a las mujeres azotando la ropa limpia en los ghats del río, para ver a los niños muy bien uniformados y requetepeinados encaminarse descalzos a la escuela, para ver a los vendedores ambulantes montando el chiringuito para el que será otro día más de curro o para ver a las vacas desperezarse, forzadas por el tráfico a terminar el descanso, forzadas a un nuevo día buscando algún resquicio de hierba comestible o alguna que otra bolsa de plástico con sabor a masala


Frente a la estación se nos presentan dos pequeñas estudiantes. Manejan a la perfección el “what's your name?”, el “where you from?”, el “have a happy journey!”. Entre risas y petición de fotos nos desean un buen viaje. Ya en el andén nos comemos unos plátanos, nos tomamos un té con galletas y vemos desaparecer la última bocanada de humo al mismo tiempo que el tren hace su entrada en la estación dejando un rastro de olores inimaginables. Montados en nuestro vagón nos echamos en nuestra cama y nos preparamos para volver a conciliar el sueño, para retomarlo justo donde lo habíamos dejado a las 6:45. Por suerte tenemos unos compañeros marmotas que no paran de dormir y que no se alteran con nuestra llegada. Después, una vez despiertos nos contemplarán descansar hasta que abramos los ojos. Si hay algo que le gusta hacer a los indios es contemplarte. Ya estés en un restaurante, mirando un mapa, esperando al autobús o bebiéndote un refresco, siempre tendrás los ojos clavados de aquellos que están a tu alrededor. Serás como un extraterrestre, como una estrella de Hollywood en pelotas en medio de la calle, todos los ojos pendientes de ti.

Nos despiertan los reclamos de los vendedores de pasillo, esos que en cada parada conquistan los vagones del tren y lo tiñen con sus brillantes colores y sus incitadores olores. Samosas, agua, meals, cold drinks, arroz inflado picante, biryanis... Puedes conseguir casi de todo en un tren indio, son un restaurante andante, una ciudad que no para de moverse. Una anciana de piel curtida por el sol y por los años, de largo pelo blanco y con un llamativo sari azul y amarillo por el que deja entrever su enorme barrigota, vende naranjas. Otro señor, que también peina canas, inunda el vagón con su grave y monótona voz a base de  “chai, chai, chai”. Un niño delgaducho se acerca con su bandeja llena de refrescos y botellas de agua al son de “cold drinks, water”. Mientras todo este maremágnum de personas va de un lado a otro del pasillo vociferando y cargados con grandes cestos, un hombre se afana en barrer el pasillo con una rústica escoba hecha a base de ramas secas, en cuclillas, con una multitud de rodillas rozándole la cabeza y sin olvidarse, por supuesto, de ofrecer su palma de la mano en cada compartimento en espera de algún que otro Rupi.



Así transcurren las horas hasta el final del trayecto, lentamente, entre tés y cabezadas, entre samosas y chiles fritos, contemplando los secos paisajes, el atardecer, la luna llena, jugando al parchís con dos niños, de cháchara con los vecinos de compartimento, que  han estado dormitando casi todo el día y que también van a Tirupati, uno de los lugares sagrados para los hindúes. Se supone que es uno de los cinco sitios donde Vishnu, el dios preservador, pasó alguno de sus días, así que podría ser considerado como una 'meca' del hinduismo.

Si algo te marca de la India es ver cómo se desviven por sus dioses, cómo cuidan su espíritu, cómo preparan su cuerpo para una placentera reencarnación, cómo recorren miles de kilómetros para acudir a una de las ciudades sagradas, cómo esperan, tostándose al sol en multitudinarias filas durante más de seis horas, para ver una estatuilla de madera llena de flores, cómo pagan un quinto de su pobre salario para recibir una bendición o cómo se afeitan las cabezas para deshacerse de su ego o para dar las gracias por los deseos cumplidos. Visitar la ciudad sagrada de Tirumala, sus templos, su museo y sus alrededores, ver tal cantidad de peregrinos, verles cantar y danzar, es una experiencia única, aunque a veces te dé la sensación de estar en la fiesta de disfraces anual del psiquiátrico de Carabanchel.


Desde Tirupati pusimos rumbo a Mamalapuram, un pequeño pueblo de la costa este, a cinco horas de estresante viaje en autobús. Por cinco euros al día encontramos un apartamento a escasos metros de la playa. Ahora nos toca a nosotros disfrutar de nuestra semana de peregrinación particular: de la cama a la playa, de la playa al bar, del bar al salón, del salón a la playa, de la playa al restaurante... ¡qué falta de espiritualidad, por dios!



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Gandulindia. Tres semanas, diez destinos, cinco sentidos.



Llegamos a Mumbai preparados para la acción. En la India uno se saca el Carné de Viajero y después de ocho meses de oposiciones, ya era hora de afrontar los exámenes definitivos. Han pasado veintitantos días y todavía no tengo claro cómo empezar a escribir. ¿Serán las ruinas? ¿Será el tráfico? ¿Serán las vacas? ¿Serán las samosas? ¿Me habré quedado en blanco para siempre?

En el devenir de los Cinco Sentidos la Vista no quiere dormir, el Oído quiere huir de las grandes ciudades, el Tacto acumula capas de polvo, el Olfato no tiene por dónde escapar y el Gusto se ríe de los apuros de sus cuatro compañeros gozando de un amanecer glorioso en cada almuerzo.  

Llegó la Vista a Mumbai.  A pocos metros de altura, montada en el avión, mirando por la ventana, piensa si va a aterrizar en una pista de aeropuerto o sobre los slums de la ciudad. El 60% de la población vive en las afueras, la mayoría en condiciones precarias, sin sueldos, ni seguridad, ni fin de semana. Los que viven en los alrededores del aeropuerto comparten pared con el muro que lo delimita. En el centro de la ciudad la realidad es distinta. Aunque no deja de ver pobreza en cada acera, en cada persona que pernocta bajo los soportales, los edificios no están hechos a base de placas de plástico o techos de uralita, en el centro los edificios tienen las alacenas llenas de historia,  tienen un porte impresionante y una belleza sultánica-británica espectacular. Los parajes históricos, las ruinas arqueológicas, las pequeñas villas costeras y los edenes de la naturaleza, alejados de las grandes poblaciones, devuelven a la Vista el pasado y la paz que es más difícil encontrar en las comerciales urbes indias. Ellora, Bidar y Hampi fueron un viaje al pasado memorable que todavía recuerda al cerrar los ojos. Al igual que recuerda la facilidad con que las vacas se comen las bolsas de plástico o los trozos de cartón.


En su vagar sonoro, el Oído tuvo una dura prueba en la megaciudad, se quedó atontado de tanto pitido, de tanto frenazo, de tanto  vociferar, de tanto graznido de cuervo. En las ciudades posteriores también echó horas extras. Nasik, Aurangabad, Hyderabad, Bijapur y Kolhapur le dejaron rendido. Empezó a pensar que desfallecería, no estaba acostumbrado a estar metido en un túnel de ruido 16 horas al día. Decidió actuar y se fue a la playa. Allí volvió a disfrutar del estado de bienestar que le había brindado gran parte del Sudeste Asiático. Las olas del mar, el viento procedente del infinito azul sobre las suaves y secas colinas, pájaros agraciados plantándole cara a los negros cuervos, pedales oxidados, las cubiertas de los gastados neumáticos sobre las mal alfaltadas calles, percusión espiritual y estribillos amantrados le hicieron olvidar los momentos difíciles y empezó a pensar que tenía razón cuando decía que estaba seguro de que otra India era posible.  

Al Tacto nunca le habían cuidado tanto. De hecho ha agradecido públicamente el trato que está recibiendo dadas las arduas jornadas que está acarreando. En su twitter ha publicado que “no es para menos, en mi puta vida había tenido tantas capas de polvo. Yo con una o dos me apañaba, pero acumular cinco capas de polvo al día no estaba en mis planes. Normal que me laven tanto las manos y que me duchen dos o tres veces al día, y que me dediquen más tiempo que nunca por detrás de las orejas... ¡si hasta me frotan los pies en cada ducha! Sólo he estado en dos habitaciones en donde el polvo  no sea el jefe, joder, y sólo he estado en un par de pueblos donde el humo me deje transpirar a mi aire, los baños en los que he podido tocar el cubito de agua que hace las labores de cadena sin morirme del jodido asco los cuento con los pulgares de mi mano derecha (no hablo de los baños públicos en las estaciones de bus o tren, ahí no toco nada de nada). Sólo espero que a mi regidor no se le peguen las costumbres indias o perroflauteras, que siga tratándome así de bien, no quiero verme pisando baños asquerosos sin mis inseparables sandalias”.

“Mariconadas”. Esa es la palabra que más veces se ha pasado por la cabeza del Olfato. “¿De qué cojones se quejan mis compañeros si viven en la gloria? Les cambiaba el puesto ya mismo”. El Olfato está siendo sin duda alguna al que le ha tocado un examinador más cabrón. Primero le metía piedrecitas negras y pegajosas en las fosas nasales, después, por el poco espacio que le quedaba en los orificios, le hacía respirar humo añejo de taxi, de autobús, de scooter. Más tarde le preparaba montañitas de basura, las prendía y le hacía pasar por encima de la densa humareda blanca. Después recolectaba cacotas de vaca, recientitas, calientes, del tamaño de una alcantarilla y minaba las aceras de las calles. Le arrojaba enormes nubes de polvo que ninguna mascarilla era capaz de evitar. Por último le hizo pasar una noche  de tren rodeado de pedos, eructos y calcetines con halitosis. Por fin, y por suerte, en los pueblos costeros y en las ruinas arqueológicas el Olfato ha podido relajarse levemente, sólo levemente. Aunque su examinador, ocioso la mayoría del tiempo en la playa o de templo en templo, no le ha dado tanto la lata, podía sorprenderle en cualquier doblar de esquina, en cualquier desagüe, en cualquier vaca con diarrea.    

Y ahora le toca al Gusto, ¿qué decir del Gusto, del Adalid de los Cinco Sentidos? Aquí descubro que me vuelvo a quedar en blanco.










domingo, 13 de noviembre de 2011

Nefastus Day Before India

Kuala Lumpur. 19:23.

Toca decir adiós. Toca despedirse del Sudeste Asiático, dejar atrás ocho meses de mudanza continua. Es la hora de empezar a alejarse de los platos tailandeses, de los corazones camboyanos, de las batallas vietnamitas, del arroz pegajoso de Laos, de la comodidad malaya, de las islas indonesias y del buceo filipino. En menos de 24 horas estaremos en la India y un esperanzador horizonte se dibuja ante nosotros. Nos morimos de ganas de empezar esta segunda aventura. Sentimos que el viaje empieza otra vez, que acabamos de salir de casa y que tenemos la mochila de nuevo cargada hasta los topes de ilusión.

Los últimos días en Kuala Lumpur vienen precedidos de nuestro 'nefastus día' particular. Llegar aquí fue una odisea, un cúmulo de mala suerte debida a una relajación excesiva, fue un día de gastos propiciados por nuestros propios despistes, fue un día largo, muy largo, más de 20 horas despiertos de putada en putada. Empezamos a las seis de la mañana, cuando el sol se intuía pero aún no aparecía. Volábamos a las 11 de la mañana y quién nos iba a decir a nosotros que despertarnos a las seis de la mañana no sería sufieciente. A pesar de las cinco horas que habíamos destinado para prepararnos, desayunar y llegar al aropuerto, el transporte terrestre en Manila te depara muchas sorpresas. Ya montados en el autobús, después de haber cogido un taxi que parecía no salir de un atasco cuando ya estaba dentro de otro, nos dimos cuenta de que no tendríamos tiempo para llegar al aeropuerto. Nos habían malinformado del tiempo que se tardaba en llegar, así que tuvimos que bajarnos del bus y agarrar un taxi que nos llevara más rápido y que nos clavara más de lo que habíamos pagado por los billetes de avión. No eran tres horas, sino cinco, por lo que aun volando con el taxi, perdimos el vuelo, perdimos la mañana, perdimos una pastaza en los nuevos billetes, perdimos la tarde en ir al otro aeropuerto de Manila y perdimos los nervios viendo como el nuevo vuelo no paraba de retrasarse. Todo por confiar ciegamente en los consejos de la segura recepcionista de nuestra pensión y por no comprobar como capullos la veracidad de sus sentencias. Al final llegamos a Kuala Lumpur a las tres y media de la mañana, con la cartera destrozada tanto como nuestros espíritus. Lo mejor que podíamos hacer era dormir, y así hicimos, y así hemos hecho hasta el día de hoy. Inactividad total. Despertarse, bajar a desayunar, dormir, bajar a comer, dormir, cenar, dormir, alguna que otra carrera aislada por el parque y poco más.

Mañana volamos a las 11:00. Esperamos que esta vez todo salga bien y podamos estar en Mumbai a las 14:00, que podamos empezar a descubrir todas las maravillas indias de las que todo el mundo habla. Dejamos atrás ocho meses inolvidables. Nuestras mochilas pesan mucho menos, pero nuestras experiencias y vivencias pesan una barbaridad. Esperemos seguir perdiendo peso material y ganándolo espiritualmente.


El Gepe Ese del Sudeste Asiático ya no cambiará más, así se queda. Ahora le toca el turno al Gepe Ese Indio.
 

Os queremos. 



domingo, 6 de noviembre de 2011

Pesadilla en Malapascua

Hace algunos días leímos en un periódico español que la mujer del bigotitos, de José Mari, del MEJOR presidente que ha tenido España en su historia, del que más abdominales y pelazo tiene, se iba a convertir en próxima y primera ALCALDESA  de Madrid... ¡casi nada! Desde ese día han sido muchas las pesadillas que nos han sorprendido noche tras noche. Brujas, fantasmas, piratas, botines de oro, antiguas reliquias, crucifijos, fórmulas, pócimas, sufrimiento y maldad estaban continuamente fastidiándonos la noche. De tal intensidad eran las pesadillas que poco a poco nos forzamos a no dormir, teníamos auténtico pánico a la oscuridad, a vernos atrapados en bosques oscuros y ciudades negras, poco a poco nos convertimos en sonámbulos y empezamos a dormitar durante el día, en parques, en playas, en montañas. Intentábamos cambiar de lugar continuamente para dejar atrás la pesadilla, para que no nos persiguiera más... aun así, ELLA seguía manifestándose. La última vez  se presentó con una fuerza brutal mientras dormíamos en la playa de Malapascua (Filipinas), Ana se personó de nuevo, vestida de bruja, muy bien peinada, con su bigotitos en el hombro y su cesta de fruta bajo el brazo. Pensamos que quizá contándoos la pesadilla, nunca más se vuelva a repetir.

Un miedoso beso desde Manila... ojalá esta noche durmamos tranquilos.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Backpacking in Malapascua... tirando de comida casera

Nos marchamos de la histórica ciudad de Cebú en un histórico autobús de la primera mitad del siglo XX. Asientos de plástico, colocados en dos filas de a tres, sin reposacabezas, sin espacio para piernas occidentales, propicio para provocar tortícolis. Salimos dirección norte, dirección a Maya, pueblo desde donde nos embarcaríamos a la diminuta isla de Malapascua. En el camino tuvimos sol, nubes, lluvia y una fuerte tormenta; comimos cacahuetes cocidos, pinchitos de cerdo y arroz blanco; vimos fugazmente la vida en los pueblos, escuchamos los karaokes desaparecer en cada esquina; comprobamos lo mucho que caló aquí el catolicismo, todos los cementerios estaban llenos de flores y personas celebrando el día de todos los santos.


Cuando llegamos a Maya, y tras coger fuerzas a base de bollería, nos embarcamos hacia Malapascua. Desde la lejanía la isla parece una gota verde en el horizonte. Chiquitita y colocada sobre la superficie del mar te recibe con una playa de blanca arena coralina. Buscamos un sitio acorde a nuestro presupuesto y nos pimplamos alguna que otra birrita para celebrar los cinco días venideros de relajación total en la que será nuestra última isla, nuestras últimas playas, nuestros últimos pescados a la parrilla antes de volar a Manila y a Kuala Lumpur, megaciudades en las que la tranquilidad está ausente.


La isla está empezando a convertirse en algo parecido a Boracay, busca afianzarse como exponente de un turismo caro, de restaurantes horteras frente a la playa, con farolitos tenues, pescados expuestos en bandejas de plata frente a terrazas que pretenden ofrecer algo de intimidad presentadas por camareros ultrasimpáticos y de uniforme que te incitan al consumo de comida y bebida a un precio desmesurado. Por suerte a la isla todavía le quedan lugares auténticos en su interior, lugares donde los cerdos campan a sus anchas rodeados de gallos y gallinas, donde los niños no paran de rascarse las cabezas y donde la gente va al pozo a buscar algo de agua dulce, sitios de comida caseros, sitios en los que no hay menú, en los que para pedir simplemente tienes que levantar la tapa de cada una de las cacerolas cerradas puestas sobre una polvorienta mesa de madera y decir 'ponme un plato de esto, uno de eso y otro de aquello, y un par de cervezas frías, por favor'. La comida en estos sitios te teletransporta a la cocina de tu casa. Sabor casero, igual que tener a mamá en Filipinas, y por un precio justo. Hemos estado cuatro días gozando con los platos de Maristela y las barbacoas frente a la tienda de Josefina; carne a la parrilla, sopas de coco y verdura, calderetas de carne con patatas, judías verdes con ajito, pescado seco, frito o cocido al limón, guisado de cerdo... Una maravilla para el paladar, la mejor comida que hemos encontrado en nuestros 15 días por estos lares.



También hemos gozado con el buceo que hay alrededor de la isla rodeados de diminutos y psicodélicas criaturas. Tres inmersiones a precio del siglo XX en busca de diminutos seres de aspecto surrealista, imágenes propicias para una Dalí, animales casi transparentes que bailan al compás de la corriente, gambas enanas de alargadas antenas, peces mandarinos (con su precioso y colorido baile nocturno), cangrejos de todos los tamaños y colores, nudibranchis, peces escorpión, gusanos, serpientes... En esta isla no ves pecezotes gigantes (a no ser que pruebes suerte con el threaser shark), pero el buceo es de una calidad brutal, cien por cien recomendable.


Hoy abandonamos Malapascua, sabiendo que sigue siendo un paraíso mochilero, y listos para volver a pasar una noche de aeropuerto. Esta vez le toca al aeropuerto de Cebú. Mañana cogeremos un vuelo a la 4:55 de la mañana con dirección a Manila. Allí teníamos pensado estar tres noches, pero como no hemos parado de escuchar opiniones negativas de la ciudad, quizá optemos por pasar un día y buscar un sitio alternativo para las otras dos noches que nos quedan antes de volver a Malasia... ya se verá qué ocurre.


¡A gandulear!



lunes, 31 de octubre de 2011

Filipinas tenía mis kilos... Puerto Galera, Boracay, Iloilo, Bohol y Cebú

Había perdido siete kilos. Quizá no me pertenecían y por eso no daba con ellos. Quizá los cogiera en Málaga, sin necesidad, a base de birras, cubatas, camperos y Pizza Calvo. Quizá ya era hora de dejármelos en la cuneta. Quizá no. Se fueron sin avisar en mi vagar por Tailandia, Birmania, Camboya, Vietnam, Laos, Malasia e Indonesia. Demasiado arroz y noodles con verduras, demasiados meses sin cervezas, demasiados meses sin monchis, DEMASIADOS MESES SIN PAN, alguna que otra cagalera. 


 
Este pasado reciente no importa porque ya los he encontrado: los kilos desaparecidos estaban dulcemente escondidos con Tercios de San Miguel y Pinchitos Adobados. Gracias a estos dos personajes no he necesitado ni diez días para recuperar la mitad de los kilos evaporados en siete meses y medio de viaje. La llegada a Manila, sus cervezas en el autobús del aeropuerto, la panceta a la parrilla de Puerto Galera, la exquisita bollería por doquier, la comida rápida de Iloilo, los desayunos con chocolate, las meriendas de los campeones a base de birra y cacahuetes, los cubalibres de Bohol... bendita recuperación.

Desde que salimos de Malasia y llegamos a Filipinas nuestro viaje se ha tornado en familiar, se ha convertido en algo parecido a estar todo el día con las zapatillas de estar por casa. Es como andar perezosamente del salón a la cocina, como ir del baño a la habitación, como ir a la nevera y saber que te está esperando lo que te gusta, como ir al cuarto de estar y tener a tu disposición lo que te apetece, como encender la tele y ver en las noticias lo mal que van las bolsas y lo bien que van los bancos... todo es cercano: la gente, las caras, los nombres y apellidos, los ojos, los pasteles, la priva, los rótulos en las tiendas, los números, la carnaza... y además tienes las mejores playas de todo el sudeste asiático.

Nuestro destino tras Puerto Galera fue Boracay, sin duda alguna la isla con la costas más espectaculares que hemos visto en estos siete meses y medio de ocioso deambular. No hemos estado en playa tailandesa que las supere, ni malaya, ni indonesia, ni vietnamita, puede que haya playas tan preciosas en Flores o en Palawan, pero por desgracia no hemos podido llegar hasta allí para contrastar bellezas. Las playas de Boracay simplemente te quitan la respiración nada más verlas. Piensas que tu cerebro te miente, que ese azul turquesa de la White Beach debe ser un montaje, que el agua es de mentira, que rellenan la playa a base de agua mineral y pan de molde rallado. No ha habido ni una sola olimpiada en la que tengan una piscina con un agua tan clara y transparente como la de esta playa. Cierto es que es muy turística y hay domingueros por todas las palmeras, ocupando todas y cada una de las sombras de paja de los restaurantes, cierto es que ya está todo lo explotada que podía estar, que hay veleros, y paracaídas con esquiadores acuáticos a la vista, pero hasta en este caso, sigue siendo la playa que más nos ha gustado de todo el sudeste asiático. Personalmente sólo había estado en un lugar en el que las playas tuvieran tanta grandeza: Los Roques, en Venezuela.

Dejamos Boracay y nos fuimos a Iloilo. Un viaje con vistas magníficas a base de jeepneys, autobuses y furgonetas. Buscábamos pasado español, arquitectura colonial, historia, raíces... mejor dicho, buscábamos pillarnos la castaña en algún lugar parecido a Málaga, en un lugar que al caer la noche se alumbrase parcamente con tenues tonos pastel, con arcos de medio punto y galerías del siglo XVII, con estatuas de héroes libertadores, con plazas con limoneros y especialmente con olor a adobo, a pescaito y a carne a la parrilla. Por desgracia encontramos una habitación con olor a humedad, una pelea de boxeo que le dio el campeonato mundial de los pesos Walter a un famoso filipino del que no teníamos ni idea de su existencia, una marea roja, un tráfico intenso y una derrota de la Real en el último minuto. 
 
A la noche siguiente nos embarcamos en un ferry dirección Cebú, primera ciudad que ocuparon los españoles que adoraban la cruz y el rosario. Fueron doce horas de duermevela en una litera con colchón de plástico dedicadas a la lectura y a la escucha indeseada de pop aniñado procedente de todos y cada uno de los teléfonos móviles que teníamos a nuestro alrededor. No había mano sin móvil, ni móvil sin mano. ¡Cuánto daño hacen al mundo los teléfonos que se hacen pasar por teléfonos pero que en realidad son walkmans o receptores de facebook! (Por favor, que hagan algo para acabar con el intrusismo carnavalero en la telefonía móvil... que vuelvan las llamadas y los mensajes, y que se dejen de complicaciones horteras e inútiles, ¿o acaso no existen las cámaras de fotos, los mp3 y las PSP?).


Desde Cebú fuimos directos, con un arroz blanco con atún enlatado de desayuno, a Bohol, otra pequeña isla al sur que nos sorprendió por sus frondosos paisajes, sus montañas de lomas redondeadas (Chocolate Hills) y sus rones con coca cola en Alona Beach. 
 
Ahora mismo estamos de vuelta en la isla de Cebú, exactamente en la capital, Cebú City, hemos aprovechado para visitar todas las calles históricas (en las que queda poca cosa), las estatuas de salvadores, las iglesias del XVI, los homenajes, la placa centenaria del Juancar y la Sofi atestiguando que "ya está todo solucionado y aquí no ha pasado nada... colegas para siempre", en definitiva, para llevarnos esa esencia española que no habíamos presenciado aún.

En uno o dos días iremos a nuestro último destino en las Filipinas: la isla de Malapascua.

PD: Definitivamente Filipinas se siente perdida en el mapa, le tocó el sudeste asiático y no sabe muy bien qué hacer o qué decir. Por su naturaleza y filosofía debería rondar bien el Caribe o bien en el Sur de Europa.

jueves, 20 de octubre de 2011

De Kuala Lumpur (Malasia) a Puerto Galera (Filipinas) en un día


Ya estamos en Filipinas. Lo logramos en un día, desde las 4:00 hasta las 19:00. Taxi, Autobús I, Avión, Autobús II, Autobús III, Barco y Furgoneta han completado una jornada sincronizadamente perfecta en la que hasta hemos tenido tiempo para tomarnos más de cuatro birras cada uno; algunas en movimiento -en la primera parada del primer autobús filipino no hemos aguantado más y le hemos pedido al conductor que nos esperara un minutito mientras íbamos al quiosco- y otras contemplando la oscuridad tras la clara arena de playa de Puerto Galera, rodeados de manolos barrigudos y bajo una música infernalmente alta y atroz. 

PD: Hemos acompañado alguna que otra San Miguel con Carne Adobada y Filetaco de Panceta... casi se nos saltan las lágrimas. Además no paramos de ver palabras como longaniza, tocino, serbesa,  tapas, fiesta, pan... Nos vamos pronto a la cama que mañana nos toca celebrar el 21 de Octubre.


"Todos los días son días de fiesta" 

miércoles, 19 de octubre de 2011

Pulau Pangkor (Malaysia)

Escribo esta entrada sentado en un moderno, cómodo y frío autobús con destino a Kuala Lumpur. Hace una semana que volvimos a Malasia procedentes de Indonesia, esta vez sólo con la intención de pasar 10 días, a la espera del siguiente vuelo que nos llevará mañana día 20 de octubre a Manila (Filipinas).

Kuala Lumpur es una ciudad perfecta para este tipo de transiciones: comida india rica y barata, alojamiento placentero, con wi-fi y con gente ya conocida, y parques cerca hacen de la capital malaya un buen sitio para coger fuerzas. Aun así, diez días allí eran demasiados, así que tras tres días recuperando todas las duchas de agua caliente que nos faltaron en Indonesia y todas las horas de sueño que nos habíamos dejado de autobús en autobús, nos volvimos a echar la mochila al hombro, nos cogimos la sombrilla y la nevera, las chancletas y las paletas de arena y nos fuimos a Pulau Pangkor, una isla a medio día de viaje donde hemos pasado la última semana de nuestra aventura.

Aventuras “aventuras” no hemos tenido muchas. Nuestros días se han acoplado bastante bien a los estándares vacacionales de un dominguero en la Costa del Sol: despertarse a eso de las once, desayunar tarde y bien, bajarse un rato a la playa, comer tarde, echarse una siesta, algún paseo que otro, un partidillo de ping-pong, un par de películas en el ordenador y poco más. Sólo nos han faltado el tinto de verano, las aceitunas, el pescaito frito y los cubatazas de después de cenar... ¡casi nada! El único momento de sobresalto fue un leve ataque de una familia de macacos que pensaban que dentro de una bolsa de plástico negra que estaba junto a nuestra toalla playera habría algo de comida. Para su desilusión ya sólo quedaban las cáscaras de las pipas de una bolsa que precavida y disimuladamente me había guardado en el bolsillo del bañador al ver tanto mono alrededor. Uno de ellos hasta me enseñó los dientes desafiando mi autoridad.

Palau Pangkor es una isla tranquilísima entre semana y levemente ajetreada los fines de semana. Turistas principalmente malayos se acercan a remojarse el culo y a dejarse infinidad de botellas de plástico, de envases desechables de comida rápida y bolsas de todos los tamaños y colores abandonadas en la arena de la playa. El jueves, cuando llegamos, la playa principal de Teluk Nipah estaba limpia como una patena,  estaba perfecta: arena blanca, transparente agua verdosa, otra isla de menor tamaño al frente, pececitos quita-pieles-muertas mordisqueándote todo el cuerpo y todo tipo de riquezas que una playa cinco estrellas puede tener; el sábado y el domingo evitamos la playa principal y nos alejamos hacia el oeste, el lunes llovió muchísimo y no hubo sesión playera, y el martes por desgracia último día para nosotros, las encargadas de la limpieza todavía recogían la basura que habían quedado tras el festival puerco del fin de semana, así que nos tuvimos que alejar dirección este buscando aguas sin cerdadas flotantes... por suerte, haberlas, haylas.

El interior de la isla es bastante selvático y me imagino que se podrá disfrutar de divertidas caminatas entre hornbills (los pájaros autóctonos). Nosotros no nos hemos adentrado en la jungla porque todas las tardes, a eso de las tres, empezaba a llover a cántaros, lo que nos relegaba a disfrutar de las amenidades de nuestra habitación-caravana entre mosquito y mosquito, con el mágnifico planear de los hornbill en el horizonte de nuestra ventana.


Mañana, a las siete de la mañana, volamos a Filipinas. Allí intentaremos seguir descubriendo islas paradisiacas, corales impolutos y, sobre todo, intentaremos bebernos todas las cervezas que no nos hemos bebido en estos dos meses de abstinencia total y forzada debido a los terribles precios que tan  estimado elixir adquiere allá donde la palabra de Alá impera.

Salud, gandules.

sábado, 15 de octubre de 2011

Indignante e indignado

Me gustaría compartir mi indignación con el mundo actual con todos los que alguna vez me han leído, me leen o me leerán.

Han pasado más de siete meses desde que abandonara mi casa de Málaga. He paseado por Tailandia, comprobando como se aprovecha cualquier espacio libre para escupirlo con un retrato gigante de la familia real tailandesa, ya sea con el rey haciendo una foto con su moderna Canon o con la reina posando cargada de joyería. He transitado por las calles de Birmania, comprobando como la gente te agradece la visita, como te piden que vuelvas, como se desviven en hacer de tu estancia algo maravilloso, pero también como te muestran su miedo sin palabras por miedo a desaparecer del mapa para siempre, por miedo a acabar rodeados de gente desconocida en una de las muchas cárceles secretas del país, por miedo a ser ejecutados sin razón alguna. He vivido en Camboya, comprobando como los más ricos utilizan a los más pobres para seguir afianzando su riqueza, como los orfanatos aumentan a pesar de que la ayuda de las ONG, la colaboración internacional y las aportaciones puntuales de turistas también aumentan, he comprobado como se utiliza a los niños a diario como títeres de circo para conseguir sucio dinero que no se utilizará para darles un futuro digno sino para pagar la hipoteca de un Lexus todoterreno de quienes lo recaudan. He conocido vietnamitas que aseguran que en su turbulento país sólo hay un camino, y que si osas salirte de él, desapareces, nadie sabrá más de ti. En Vietnam todo está bien, no se puede decir lo contrario, el partido comunista tiene ojos y oídos en cada esquina, en cada portal, en cada ventana, más vale que mantengas la boca cerrada y los brazos quietos si no quieres que la muerte llegue con demasiada antelación. He atravesado Laos de norte a sur comprobando como a pesar de que su nombre oficial es República Democrática de la Gente de Laos sólo los cargos militares del único partido legal del país deciden los destinos de los tranquilos y pacíficos laosianos. Las palabras “República Democrática” son sólo un adorno para que muchos de los poderosos que leen los titulares de los periódicos sin prestar demasiada atención piensen que la democracia reina en el mundo y que con ella todos estamos más seguros. Son decenas de militares laosianos los que hacen las leyes a su antojo y beneficio, los que ordenan y mandan, los que intimidan y sancionan a millones de campesinos, vendedoras, doctores, enfermeras, maestros... La gente vive su vida sin poder de decisión, sin poder de actuación, esperando que un grupo de militares les diga por dónde deben continuar, como si de perros o de bebés se trataran. He explorado Malasia comprobando como las grandes multinacionales han cambiado las señas de identidad de su gente, comprobando como el petróleo oculta una identidad perdida, comprobando como la placa de miembro VIP del Drive Through de McDonalds es el mejor de los honores que los coches del país pueden tener, comprobando como tras la opulencia sigue habiendo arroz con cacahuetes, plátanos pasados y zapatos sin suela. He errado por Indonesia comprobando como en un país de 240 millones de personas y 2 millones cuadrados de extensión sólo los destinos turísticos se libran del ardor de la pobreza, por estos lares privilegiados donde viven ricos, jubilados extranjeros y donde gastan viajeros de tarjeta dorada se acepta con naturalidad que en Sumatra la gente mendigue, sufra para conseguir comida y padezca para superar una catástrofe tras otra.

Paremos de vivir una vida que no queremos, paremos los pies a los pocos que deciden el rumbo de nuestra existencia.

¡A moverse, luchemos!

domingo, 9 de octubre de 2011

Java, Bali, Lombok, Gili Islands, Nusa Lembongan y Nusa Penida... de isla en isla y tiro porque me toca

Del cráter de un volcán a las profundidades del Océano Índico, del humo de la gran ciudad al aire impoluto de diminutas islas, de trayectos tediosos en furgoneta a vuelos instantáneos en Boeing 707, de arroz con pollo a pescado con ensalada, de amaneceres cacareadores a atardeceres sobrecogedoramente pacíficos, de diminutos crustáceos a gigantescas mantas... Siete islas en tres semanas. 


 Tras dos días de visita en Jakarta pensé que no es uno de los sitios donde podría vivir. A no ser que se goce tragando humo de camión que lleva siglos sin pasar una ITV, o que se disfrute deambulando por calles sin aceras, o que sea deleitoso dormir usando tapones, lo normal es que la ciudad sea detestada ipso facto y se  intente huir con el rabo entre las piernas en busca de sitios donde encontrar algo de humanidad razonable. Quizá estos sitios estén escondidos en la misma ciudad, quizá se camuflen entre los 25 millones de personas sin censar que intentan moverse continuamente para no ser arrolladas por el vendaval de contaminación; es un lugar tan desmesurado que uno tiene la sensación de haber doblado una esquina, de haber entrado en un portal, de haber pisado una baldosa. Es imposible tener una opinión certera de la ciudad en tan poco tiempo, lo sé, pero puedo asegurar que en el poco tiempo que estuve lo único que me produjo cierta satisfacción fue que por fin conseguimos nuestro visado para la India.



Por suerte desgraciada nos tocó tener que pasar una semana en Jakarta y sus alrededores; la tramitación del visado tardaba cindo días laborables, así que con nuestra inseparable mochila y nuestros socorridos autobuses locales visitamos una ciudad de interior, Bandung, y dos ciudades costeras, Cimaja y Carita.






Bandung tiene como atracción destacada la visita a un volcán activo de doble boca. Su relajada caminata alrededor del cráter termina llevándote a un pequeño tramo de jungla con vistas preciosas al volcán y con algún que otro mono saltando de rama en rama. Cimaja es paraíso surfero: largas olas, playas de rocas, viento... para nosotros no fue tan interesante como las playas que estaban por venir. Carita nos alegró levemente la cara, tiene tránquilas aguas critalinas para bucear a una hora del centro del pueblo. Puedes ir en furgoneta, autobús y moto, o lo puedes hacer a dedo compartiendo entrecortadas conversaciones con algún que otro camionero o rodeado de bombonas de gas butano en la parte trasera de una furgoneta camicace. Nosotros fuimos utilizando la primera opción y elegimos la segunda para regresar a nuestro hostal.



Tras esta vuelta por Java, y ya con una pegatina más en nuestro pasaporte, dormimos una noche en el aeropuerto de vuelos nacionales de Jakarta y nos montamos en un avión mañanero. Una hora después estábamos en Bali, veinticuatro horas después estábamos en las Gili Islands, tres pequeñas islas al norte de Lombok, y 48 horas después estábamos siendo balanceados por fuertes corrientes marinas a unos 30 metros de profundidad rodeados de tiburones, tortugas e inumerables tipos de peces tropicales y crustáceos.




Luego iríamos a Nusa Lembongan y Nusa Penida, las islas que nos han dejado tontos para siempre. Íbamos con la idea de hacer submarinismo entre gigantescas mantas y enormes peces luna oceánicos (mola mola). Las islas están al sur de Bali y se tarda una hora y media en llegar en barco lento. Tienen como mayor reclamo el buceo; son hogar de especies marinas de gran tamaño. Algo parecido a lo que nos habían vendido en las islas de Tailandia, donde supuestamente tendríamos muchas opciones de ver el tiburón ballena y donde nos comimos un mojón. Aquí sin embargo nuestros sueños se hicieron realidad: en la primera inmersión vimos más de diez mantas, algunas de un tamaño espectacular. No me creo capaz de expresar con palabras lo que se siente al tener a este pez-pájaro de tres metros de envergadura a menos de dos metros de ti, al verlo planear en el agua con su monstruosa boca abierta y al ver su interior cartilaginoso con mayor nitidez que en los documentales HQ de la BBC, al ver que se acerca, al ver sus negras alas rozando la arena y su blanco lomo eclipsar el sol tras la superficie, al ver que te mira, al ver que sabe que estás ahí y que se gusta mostrándose en todo su esplendor... me emociono al pensarlo y de no ser porque cada inmersión nos cuesta un día de viaje, bajaría con ellas cada día.




Al día siguiente llegaría el turno del pez luna oceánico, otra criatura que puede alcanzar los tres metros y que puede llegar a pesar unas tres toneladas. Sería al segundo intento cuando hallamos uno, dejándose limpiar sosegadamente por gran cantidad de peces tropicales, a unos 8 metros de profundidad. Circular, de unos dos metros y medio de altura, con dos aletas, una inferior y una posterior, parecidas a las de los tiburones que habíamos visto días antes, con unos ojos del tamaño de una bandeja de cafetería y una boca veinte veces más grande que la de Mick Jagger, se movía lenta y plácidamente en las frías aguas del Océano Índico. Con forma de sol, o de luna -de ahí su nombre-, estrecho como una moneda, moteado en su parte inferior.  Sublime, extraordinario, único... Fueron diez minutos mágicos observando tan tremenda criatura, el cielo se dio la vuelta, se metió en el mar y la luna se colocó al alcance de nuestras manos, la podíamos rozar, escuchar, podíamos ver sus cráteres, podríamos haberla agarrado, pero se habría ido para siempre, dejando a los otros buceadores ciegos en medio de la noche, tal y como nos había pasado a nosotros en el primer y fallido intento. Ya en la superficie regresó la realidad, éramos conscientes de que el sol brillaba en lo alto, pero sabíamos que la luna lo hacía en las profundidades de las claras aguas de la isla de Nusa Penida.



No somos de los que nos podamos permitir tener una cámara acuática. Las fotos de los animales acuáticos que hemos visto no han sido tomadas por nosotros, ni aparecemos en ellas.

Un saludo a todos... os queremos.

***

PD: Hubo un momento en el que las autoridades de la Embajada de India en Kuala Lumpur nos lo pusieron imposible para tramitarnos el visado, en ese momento decidimos llamar a la Embajada de India en Madrid para pedir consejo. Por desgracia lo único que escuchamos fue la desagradable voz del Sr. Piller, que asquerosa y maleducadamente nos mandó a freir espárragos sin importarle que estuviéramos llamando desde Malasia o que ya hubiéramos comprado un billete que fácilmente podríamos habernos comido con patatas.

Me gustaría remitirle esta carta,

A su celsitud Sr Piller, 

ceajo zoilo cicatero, zolocho cebú cebado de cecina cibelea, con cerebro cebollino y ceción cechera, le cisco, zonzorrión celerado, cibos cedizos para cebarle su céfalo cerdo cefeador de cerúmen, y le cercioro que el viajero ceñido no vira ante viadas ni vicisitudes ciclotímicas, ni ante vicecónsules viles ni villanchones con viarazas vilipendiadoras y zafaduría virulenta como usted. 

Mr Piller, consejero de la embajada de la India en Madrid, cómase una mierda, zompo villano cefalálgico.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Autobús de Maninjao a Jakarta, de Sumatra a Java. Despacho telegráfico.


Bye bye, Sumatra. STOP. Dos días con sus dos noches metidos en un autobús de mala calidad. STOP. Atmósfera cargada de durian. STOP. Excelentes vistas y compañía lugareña. STOP. Arroz blanco y baños negros. STOP. Primera noche. STOP. Frío nocturno: aire acondicionado a reventar. STOP. Mezquita mañanera. STOP. Zapatos en la antesala. STOP. Ambiente familiar, trato extraordinario. STOP. Diccionario English-B. Indonesia siempre a mano. STOP. Arroz blanco y baños negros. STOP. Dolor de tobillos, de rodillas, de ojete, de espalda, de cuello, de todo. STOP. Segunda noche polar. STOP. Ferry al alba. STOP. Welcome to Java, welcome to Jakarta. STOP. Sin parar a la embajada. STOP. Rotura corporal. STOP. Calor, tráfico, asfalto, contaminación, ruido, peseto. STOP. Sopa callejera. STOP.  Calor, tráfico, asfalto, contaminación, ruido, peseto. STOP. Siesta eterna rehabilitadora. STOP. Mañana huimos de la capital. STOP. Aúpa Real. 

domingo, 18 de septiembre de 2011

Sumatra Sumatera, una de cal y otra arena


El viaje de nuestros dos gandules sigue su marcha. Volaron de Malasia a Indonesia, dejando atrás la abundancia y ostentación, las hermosas islas y la espesura de las junglas, para adentrarse en la cruda realidad de Sumatra, isla frecuentemente castigada por devastadoras catástrofes naturales. No esperaban encontrar lo que encontraron, ni encontraron lo que esperaban; vagar de un lado a otro sin un plan claro, sin guía, ni internet, ni teléfono, ni gente que hable inglés complica el más sencillo de los itinerarios. Confiar en los pescadores o en los ricachones como si de hermanos se tratara no siempre sale bien. Aquí, en Sumatra, vuelven los centros de información turísitca que desinforman, vuelven los mercados coloridos, apestosos y húmedos, los autobuses revienta-tímpanos-a-base-de-zapatilleo, la comida callejera, las sonrisas gratuitas y las confusiones continuas.

Cuando llegó la hora de meterse en el avión que les llevaría de Kuala Lumpur a Medan, en la región norte de Sumatra, Indonesia, tenían la sensación de que el viaje les llevaría a una continuidad celesial, al mismo país con otro idioma y bandera, a las mismas playas y a las mismas junglas y a la misma vida salvaje. Confundían en su cabeza Bali con cualquier región de Indonesia. Pensaban encontrarse  lujo y comodidad, paz en su lento caminar, aceite de oliva en lugar de alquitrán y hallaron algo muy diferente.

En la terminal del diminuto aeropuerto fueron recibidos por los chacales cambistas, “buy dollar,  buy euro”, “buy me, friend, good price for you”.  Las mochilas ya estaban tiradas en el suelo mientras salían del paseillo del cambio; nada de esperar durante media hora a que lleguen en una sucia cinta. Tras las ofertas económicas simpre llegan las de transporte: “where you go sir?... taxi?”, “my friend, you need motorbike... cheap cheap”, “you want charter?”... Y por último llegan las personas que de ti nada quieren, pero que se mueren por demostrar en público su dominio del inglés: “ey, my friend, where you come from?”, “Oh, Spain! Barcelona o Madrid?”, “ey Mister, how are you?” “Fine, thanks, and you?” “Jejejeje jijiji”, ni zorra de lo que preguntan, pero les sirve para tirarse un pegote gigante frente a los coleguitas que ya les palmotean la espalda en señal de joder-cómo-te-sales-hermano. No hacía falta nada ni nadie más para saber que los días de turismo guerrero, de los que aman nuestros holgazanes, habían llegado de nuevo.

Como no podía ser de otra forma rechazaron taxis y motos y se fueron directos al más cochambroso de los tuk tuk para ver la ciudad despacito, piano piano, la prisa mata. Además, ya echaban de menos el regateo y debían refrescar destrezas.
-         Mister, we want to go to the bus station, we want to go to Sibolga -empezaron.
-         Oooh, Sibolga, Sim Piti bus station, I know I know... 50 thousand -no se lo cree ni él, pero por si acaso cuela, lo suelta.
-         50 thousand? Com'on mister, we give you 5 thousand each and you take us there, ok? -atacan con cara de buenos chicos.
-         Ooooh, 5 thousand! No no no, 50 thousand? Very far, you know” -mostrando una falsa indignación.
-         Ok, ok, then we look for someone else, you very expensive” -le dicen pretendiendo dar la negociación por finiquitada.
-         Ok, 40 thousand? -replica el conductor.
-         No no, mister, 5 thousand each, but don't you worry, we look for someone else.
-         Ok, ok, 20 thousand? -dice cuando ya nuestros tunantes tenían la mochila cargada en la espalda y empezaban a caminar sin saber muy bien hacia dónde-. Ey, ey, ok ok... 10 thousand!
-         10 thousand ok? -le contestan dándose la vuelta-. Ok. Let's go.

Montados en el tuk tuk recorrieron algunas calles de Medan, la cuarta ciudad más grande de Indonesia, tragaron polvo sin parar, sufrieron el intenso tráfico en el medio de transporte más lento de todos (ni una bicicleta a la vista), camionetas bufando por la derecha, autobuses pegando volantazos para evitar atropellos, el conductor del tuk tuk metiéndose en dirección contraria sin temor a morir aplastados por los todoterrenos japoneses... Todo esto bajo una discoteca de claxons, dentro de un mare mágnum de saludos y de miradas inquietas e inquietantes y con los dos mochilones, el gorro vietnamita y el ukelele sobre las rodillas. La Indonesia profunda les dio da la bienvenida nada más aterrizar.

Los dos días posteriores serían muy parecidos y pueden ser resumidos en pocas palabras: noche de autobús, mañana de autobús, tarde de cháchara con los lugareños en espera de decisiones convincentes, de café en café; noche de autobús, mañana de autobús, tarde de cháchara con los lugareños en espera de decisones convincentes. Tuvieron que esperar al tercer día en Indonesia para dormir en una cama. Los tobillos se enfadaron y decidieron hincharse y amoratarse en señal de protesta, las espaladas se quejaron a más no poder y los ojetes mutaron a culo de mandril.

Pasaron dos noches en Padang, una de las ciudades que más violentamente sufrió el tsunami y el último terremoto de 2009. Antes de estos dos terrible batacazos era uno de los principales destinos turísticos en Sumatra: playa de arena blanca, islas cercanas de aguas transparentes, surf, buceo, precios razonables... Ahora nada. El tsunami los machacó y el terremoto, seis años después, mandó al carajo todos los avances que se habían hecho en los últimos años. Aunque a día de hoy gran parte de la ciudad está recontruida, todavía quedan edificios a punto de caerse. Impacta ver la cantidad de cementerios que encuentras a cada paso. Extensiones enormes de terreno ocupadas por hileras e hileras de tumbas de todos los tamaños y colores.

Nuestros indolentes fueron al centro de información turística y les contaron que “tras las catástrofes los turistas han dejado de venir, los precios se han doblado y la cantidad y la calidad de la comida ya no es lo que era. Todo se ha hecho mucho más difícil y hasta que los turistas no vuelvan no será posible levantar cabeza”. En un perfecto inglés -con demasiado deje americano- un chaval de ojos encendidos como el fuego les explicó las opciones para tacaños mochileros: “si queréis ver pececitos con  las gafas y el tubo, no lo dudéis, tenéis que ir a Sikuai Island”. Perfecto. Volviendo a casa, pensando en la cena, ya se frotaban las manos imaginándose en aguas cristalinas y nadando entre nemos y peces  luna.

El día siguiente madrugaron mucho, desayunaron y se fueron en busca de un barco que les llevara a la isla. Preguntaron a un pescador. 800.000... bueno 700.000... venga por 600.000 ida y vuelta. “Muy caro, muy caro”. Fueron a preguntar a la agencia que organizaba paquetes de un día (transporte, comida, buceo, 250.000). Todavía muy caro, pero permisible. “Ok, pa'lante” “Lo sentimos, necesitamos un mínimo de tres personas y, como bien podéis contar, sólo sois dos” “Me cachis”. Volvieron al pescador y le ordenaron “Ok, míster, nos llevas y nos traes por 400.000, pero te pagamos a la vuelta que ahora sólo tenemos 200.000”. “Ok, no problem, 400.000, me dais 200.000 ahora para la gasolina y los otros 200.000, después”, respondió el pescador en un inglés más que aceptable. Pensaron que quizá se lo podían haber sacado por algo menos, dada la rapidez con que aceptó los 400.000, intentaron rebajarlo un poco más, pero una vez que el precio está acordado es imposible cambiarlo -ley del regateo artículo primero-.


Diez minutos después se montaron en una estrecha y carcomida barca, gobernada por otro pescador.  El pescador con el que habían negociado decía que estaba con gripe y no le era muy aconsejable echarse a la mar, así que delegó en su hermano mayor, que no hablaba ni papa de inglés, pero que también tenía una cara de alegría perenne. Se prepararon para una hora y media de saltos por el Océano Índico, pasaron entre buques enormes, islotes y más barcas de pescadores, gozaron del viaje sabiendo que en poco tiempo llegarían a otro paraíso, a otra de esas islas que hacen que el tiempo se pare... y vaya si se paró.

Desembarcaron en el embarcadero de la isla y fueron recibidos por un pipiolo vestido de naranja con una chapa del Sikuai Island Resort. Les dio la bienvenida en un inglés chabacano y les dijo que por favor pasaran por recepción. “¿Cómo que por recepción? No, no te preocupes, brother, si no nos vamos a quedar a dormir ni nada por el estilo, traemos nuestra comida, nuestras gafas y nuestros tubos y no necesitamos más que tirarnos en esa playa ya mismo”. El pipiolo puso cara de circunstancia y dijo que por favor debían pasar por recepción. “Ok, ok, no problem, pero rapidito que sólo tenemos seis horas para disfrutar de esta playaza... Nuestro pescador vuelve a por nosotros a las cuatro y ya son las diez. Oye, by the way: ¿cuál es la mejor zona para zambullirse viendo pececitos y pecezotes?

Lo que pasó a continuación no tiene nombre. Hay ocasiones en las que la bondad se desvanece y la maldad impera. Nada más poner pie en la recepción, y sin un cortés “bienvenidos” por delante, nuestros gandules fueron informados de que tenían que pagar la friolera de 200.000 rupias para poder entrar en la isla. Nadie les había informado de que tuvieran que pagar por entrar, ni en información turística ni el pescador con el que habían negociado, y para colmo llegaban sin un real en el bolsillo pues le habían dado los 200.000 que tenían -la mitad de lo acordado- al pescador para que le echara líquido al bólido marino.

Le explicaron a la recepcionista lo ocurrido, buscando un poco de compasión. No tenían ni idea de que hubiera que pagar, no sabían era una isla privada que pertenecía a un empresario chino que había decidido montar un resort de lujo. ¡Si no lo sabían ni los de la información turística, cómo demonios lo iban a saber ellos! No les hicieron ni caso, y se empeñaban en pedirles el dinero. Aparecieron dos militares indonesios de la nada y nuestros tunantes empezaron a desesperarse, les enseñaron la cartera para demostrar que no mentían, estaban pelados, y les dijeron que se lo habían dado todo al pescador, les rogaron que hicieran una excepción y les dejaran pasar el día en la isla. Tras la recepción hicieron un leve amago de hablar con sus superiores, pero gastaron menos de diez segundos en el teléfono para decir “we have rules and to enjoy the island you have to pay 200.000 rp. This is our rule”. Volvieron a insistir en que no tenían nada en contra de sus leyes, que las entendían a la perfección, pero que nadie les había informado de ello y que habían llegado a la isla sin un duro. “¿Qué vamos a hacer ahora?” La respuesta fue tajante: “esperar a que vuestro pescador vuelva a buscaros”. “¿Cómo?” Habían acordado que el pascador fuera a recogerlos a eso de las 4 de la tarde, es decir, nada más y nada menos, que seis horas después. Seis horas en el paraíso no son nada, pero seis horas en el infierno es una eternidad. “¿Nos vais a tener esperando seis horas en el embarcadero, qué os cuesta dejarnos pegarnos un baño, comernos nuestras galletas y bucear aquí mismo, no hace falta que nos dejéis dar una vuelta por la isla, podemos bucear aquí mismo, qué os cuesta?” La respuesta fue de nuevo tajante: “we have rules and to enjoy the island you have to pay 200.000 rp. This is our rule”. Cuando el enfado de nuestros gandules llegó al máximo la recepcionista dio la orden de desalojo. Le dijo a los militares que los llevaran al embarcadero y que no se movieran de allí hasta que llegara a recogerlos el pescador. Constant tension. Tras un agarrón en el brazo los gandules se vieron forzados a ir al embarcadero. Mejor en el embarcadero de una isla gloriosa que en una cárcel indonesia.

Allí se tiraron las seis horas siguientes. Intentaron volver a la recepción para intentar nuevas estrategias. Ni el llanto forzado de Isabel les hizo cambiar de idea; todo lo contrario, se ganó otro agarrón y hasta la acompañaron al baño cuando les dijo que necesitaba mear. Nuestros viajeros tratados como criminales por llegar a una isla sin dinero.

Las seis horas fueron muy agridulces. Mirando al sur, compungidos, vieron numerosos peces, una tortuga, una barracuda voladora; mirando al este vieron la sombra de los cocoteros desplazarse por la blanca arena llegando a rozar el agua cristalina; mirando al oeste, el plácido volar de las gaviotas;  y mirando al norte veían los trajes de militar de los marines. Éstos demostraron ser dos currelas haciendo su trabajo, y nada más. A pesar de no hablar mucho inglés les expicaron lo mucho que sentían la situación; ellos estaban haciendo su trabajo y no podían arriesgarse a peder esa tranquila plaza por dejales bañarse o por hacerse el longui. Acabaron jugando al dominó con ellos, ¿qué iban a hacer?. Les ofrecieron comida. Se esforzaban en llamar la atención de los barcos pesqueros de los alrededores para que pudieran salir de la isla cuanto antes, sin tener que sufrir la agridulce condena. Pero nada resultó. Ni siquiera el hecho que desde la isla saliera un envío de cocos hacia Padang, el mismo sitio al que nuestros ociosos debían volver, les hizo cambiar de idea. “Nuestras normas son estas y vosotros os iréis con vuestro pescador”. “¿Pero y si nuestro pescador nos ha engañado y no viene a por nosotros? ¿Y si con los 200.000 se da por satisfecho y decide quedarse tranquilamente en su casa de Padang disfrutando de la pasta caída del cielo... nos quedamos aquí toda la noche?” La respuesta tras hablar con el jefe chino por teléfono fue de nuevo tajante: “Ese es vuestro problema, si queréis ir con el barco que lleva los cocos tenéis que pagar 100.000 rp cada uno” Putos empresarios chinos han perdido el norte, pensaron todos y cada uno de los allí presentes.

Por suerte el pescador apareció. Dado que no hablaba ni gota de inglés no puedieron explicarle lo qué habían pasado desde que les dejara en la isla. Estaban tan quemados que no sabían distinguir muy bien a quién odiaban más -sin contar al empresario chino, por supuesto, que lo hubieran degollado de estar allí presente-. No sabían si odiaban más a los empleados del resort, que acojonados por el chino no tuvieron pelotas a dejarles pisar la isla, o al pescador con el que habían apalabrado el viaje que no les había dicho que tendrían que llevar dinero extra. Disponían de una hora y media en el Océano Índico para pensar en cómo evitar darle los 200.000 que les faltaban por pagar. No iba a ser tarea fácil. El precio acordado tras un regateo es algo que hay que respetar. Habían acordado pagarle 400.000 por ida y vuelta. Ya habían pagado 200.000. Les quedaba por delante una dura negociación rodeados de pescadores malhumorados. Sabían que llevaban todas las de perder y no dudarían en ceder si la cosa se ponía muy fea. Ante todo había que evitar a la policía.

Táctica anti-pago: caras de jodidos -no hacía falta forzarlo mucho-, indignación total y encerrarse en banda a base de “sabías que teníamos los 200.000 para la gasolina y que no nos quedaría nada de pasta para pagar la isla, sabías que no podíamos gastarnos mucho, nos has hecho perder el día, seis horas en el jodido embarcadero mirando al agua y jugando al dominó con dos marines, ya te vale, bla bla bla, bla bla bla”. Si no funcionaba la indignación y el mosqueo, y se empezaba a caldear el ambiente, se pagaban los 200.000 pendientes y listo; no siempre van a salir los planes bien.

Llegan al puerto y el pescador con el que habían acordado pagar 400.000 no está. Su hermano no habla nada de inglés, pero mostrando el índice y el corazón de su mano derecha les pide los 200.000 pendientes, los gandules guerreros le contestan que dónde está su hermano, que tienen que hablar con él. Le llama por teléfono y aparece a los diez minutos, recién salidito de la mezquita, ataviado con su túnica blanca y con una cara de felicidad enorme. El hermano, gesticulando, enfadado, le dice que no sabe por qué los guiris no quieren pagar. Ya se había había activado el plan, la táctica anti-pago ya había comenzado. Le contaron la película -con la armadura puesta y la espada en mano-, se enfadaron muchísimo, le dijeron lo iiritados que estaban, habían estado todo un día sin hacer nada, más y más pescadores se acercaban a contemplar la escena -nadie entendía nada, pero todos querían presenciarla, dos extranjeros rodeados de toscos pescadores era algo que no se podían perder-, las caras de sorpresa e incredulidad empezaban a aparecer... mientras tanto el pescador escuchaba con atención. Cuando nuestros tunantes terminaron,  el griposo marino reflexionó unos segundos, intercambió unas palabras con el hermano, le dijo a los colegas que se callaran, les contó lo que había pasado. Segundos más tarde se escuchó la plácida e inesperada sentencia:

-         ¿Cóóómo, qué nos os han dejado pisar la isla? ¡Pero serán malajes! ¿En serio? No me lo puedo creer. Lo siento mucho, chicos, no sabía que la isla fuera privada. Yo estuve hace unos años y nadie pedía dinero por entrar. Tras el terremoto los chinos han comprado la mayoría de las islas y están plagándolas de resorts. Lo siento mucho. No os preocupéis por el dinero, ya le pago yo el resto a mi hermano... lo que haga falta. ¿Queréis que os acerque a vuestra pensión? Lo siento de veras.

Así, sin más, sólo tuvimos que explicarle una vez lo que había pasado y lo entendió. Y nosotros, preparados para la guerra, pensando que íbamos a liar un pollo bueno en el puerto.

Sumatra Sumatera, una de cal y otra de arena.

***

PD: Chin chin, chino.

Chiflado cheche chino,
churretoso y choricero,
churritador de chuzonadas chorras.
Chafarrinaste el chapalear de los chenchas chocolateros,
chafallaste cual chimpancé tan chanante chapoteo, 
chicaneando con chuceros. Chancho.
Chiclán chacueco chafalmejas,
que un chapero chorrudo te chingue el chalet chic
por chabola chinchanrrera en chabuco de chabisque chivetero.